La ira turca
ES COMPRENSIBLE que Turquía se sienta maltratada por la Unión Europea al haber recibido como respuesta a su demanda de ingreso la invitación a participar en una conferencia de la que no cabe esperar nada concreto a corto plazo. Pero se equivoca gravemente Ankara refugiándose en una dignidad ofendida para cortar, como ha anunciado, el diálogo con Europa.Las condiciones europeas pueden ser excesivas y son siempre discutibles, pero rechazar que se le imponga ninguna, posición adoptada por el Gobierno turco, revela una seria falta de madurez política. Todos los miembros de la comunidad tuvieron que aceptar condiciones, pese a la mayor homogeneidad que guardaban entre sí. Los que entren en el futuro tendrán que sufrir también su correspondiente proceso de adecuación.
Las razones para no tener ninguna prisa con Turquía son variadas, y algunas de ellas, muy respetables. La República creada por Ataturk ha de avanzar aún mucho en la consolidación de su Estado de derecho. En Turquía se vota regularmente, hay cierto grado de libertad de expresión, pero las trabas al desenvolvimiento de una plena democracia son muy grandes, entre ellas, la pervivencia de torturas y malos tratos.
El corsé institucional que dejó establecido Ataturk, el fundador del Estado, puede servir para asegurar que el país no se convierta un día en un Estado islamista, y, seguramente, Europa así lo celebra. Pero el precio -poner fuera de la ley, como ahora se estudia en los tribunales, al Partido del Bienestar, por muy islámico que se declare- implica riesgos considerables. Agravados por los efectos de la negación de sus derechos a la minoría kurda.
El colofón aparente de esta ruptura con la UE es tratar de impedir también el acceso de Chipre, forzando la integración del territorio turcochipriota de la isla a la madre patria. Una escalada peligrosa que podría desestabilizar el Mediterráneo oriental. Y con ello pasaríamos de la incomprensión mutua a una animadversión recíproca asegurada. A nadie le conviene que así sea.
Dicho esto, no es menos cierto que el chantaje que Grecia hace a Turquía secuestrando sus posibilidades de adhesión es inaceptable; y que la diferencia de religión o cultura de la Turquía musulmana con el continente europeo, de tradición cristiana, no puede justificar la negativa a negociar. La respuesta a todo ello sólo puede ser, por el momento, el acercamiento económico paulatino de Turquía a la UE, la ayuda económica europea a Ankara, y que ambas partes se den algo más que un respiro a la vista de cómo evolucionan los acontecimientos. Turquía puede tener un día pleno derecho a exigir su integración en la comunidad, puesto que es una potencia europea a más que justo título. Pero eso hoy no es suficiente.
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