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Noches de farol

Jan Martínez Ahrens

Al caer la noche, se reparten las cartas y empiezan a brillar los faroles. Es la hora de las timbas. Whisky oscuro, algún tentempié y todos los servicios que el cliente requiera para ligar la suerte con los naipes. "Todos menos el de las prostitutas, a los jugadores les obsesiona demasiado ganar como para fijar su atención en otras cosas", refiere un policía especializado en partidas clandestinas.El juego más extendido es el póquer descubierto. Sin límite de horas ni de apuesta. Los organizadores de la timba suelen ser jugadores profesionales con la entrada vetada en los casinos, o ex crupieres que han cruzado el margen de la ley. Alrededor de la mesa tampoco faltan los tahúres ni los usureros para el dinero rápido. Algún que otro matón garantiza la tranquilidad de todos ellos.

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Las partidas clandestinas, según la policía, pueden durar hasta 12 horas. Los clientes proceden del mismo círculo que los anfitriones: las mesas de los casinos. Todos se conocen. "A los novatos los descubren enseguida, les delata su ansia ante la mesa de bacará", relata la policía. Captados allí mismo, se les agasaja e invita a pasar una velada con el juego prohibido, el póquer en su modalidad más dura: apuesta al descubierto. Pero los organizadores, según la policía, se guardan siempre una carta en la manga. La partida clandestina se celebra habitualmente en un chalé de las afueras (Majadahonda o Mirasierra) o en alguna trastienda de techos altos de Centro. Los billetes no duermen en toda la noche. Las apuestas fluctúan según la cuenta de cada jugador. Y es entonces cuando el envite se convierte en trampa.

"Muchas partidas son meras ratoneras, todos menos uno están compinchados y juegan con cartas marcadas hasta sacarle los últimos cuartos. Hemos llegado a detectar timbas en las que se han movido hasta 40 millones de pesetas. Gran parte de los beneficios los obtiene el usurero, que presta dinero a intereses que rondan el 10% diario", comenta la policía. Las víctimas no suelen presentar denuncia. Ignoran que han sido engañadas o, al haber aceptado dinero en préstamo, saben que romper el silencio les puede acarrear a ellos o a sus familias la visita de algún matón. "A otros les da igual perder, son gente adinerada, industriales y empresarios a quienes les va el juego", añade la policía.

Los beneficios son repartidos entre los organizadores. Este dinero, sin embargo, tiene una tendencia natural a retornar a las mesas de juego, a buscar la multiplicación con las combinaciones de la suerte. La policía recuerda que no es raro ver a los organizadores de las timbas vaciándose los bolsillos en los casinos.

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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