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Tribuna:ANÁLISIS
Tribuna
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El desmoronamiento de Serbia

ENVIADO ESPECIALUna oposición decorativa, un empobrecimiento rampante, un casi absoluto descreimiento en políticos e instituciones. El sentimiento predominante entre los serbios es que sólo pueden venir tiempos peores. Pocas imágenes expresan mejor esta percepción de derrota que las interminables colas ante las embajadas occidentales, noche y día, bajo cero, con la esperanza de obtener un visado para abandonar un país cuyo supremo dirigente, Slobodan Milosevic, en sus horas más bajas en diez años, sigue manejando los hilos de un tinglado que amenaza desplomarse, pero no acaba de hacerlo. "Estamos en un barco que se hunde", resume Zoran Djindjic, jefe del principal partido opositor, en el que todos somos perdedores".

La convicción ccidental de que el hombre en quien nacen y mueren todos los poderes es una pieza indispensable para conseguir algo en Bosnia, donde tras instigar una guerra perdida enreda la madeja de su desenlace, no es ajena a este marasmo. Ahora mismo los socialistas de Milosevic tienen la sartén por el mango en la República Srpska, la mitad serbia de Bosnia, tras los comicios parlamentarios de noviembre. De ellos depende que Karadzic y los suyos sigan subidos en el carro del poder o que la disidente Plavsic -en la que Estados Unidos y Europa están invirtiendo tanto con tan escasos resultados por el momento- tenga finalmente su oportunidad.

Tampoco lo es el auge espectacular del voto más radicalmente etnocentrista, tanto en Serbia como en Bosnia, representado por los partidarios del caudillo fascista Vojislav Seselj, una criatura política de Milosevic y el lobo que amenaza con llegar hasta la misma presidencia de la república.

"Esto es un Estado-corte, donde aparte de Milosevic nada existe. Serbia es una escenografía cuyo contenido ha sido destruido en sus diez años de reinado", explica el periodista Bratislav Grubacic, el bien conectado editor de un restringido boletín diario. Al igual que Djindjic, el jefe del Partido Democrático que boicotea las inacabables elecciones presidenciales, también él asegura que los resultados del domingo han sido falseados por el Gobierno, y que en la segunda vuelta, el día 21, no se conseguirá el 50% de participación necesaria. Serbia, narcotizada por la televisión oficial, seguiría sin presidente, o mejor dicho con un acólito de Milosevic, el jefe del Parlamento, Dragan Tomic, como presidente en funciones. "Olvídese de Seselj, no ganará en ningún caso, y ni siquiera tiene interés en hacerlo", asegura. El modelo político impuesto por Milosevic, a quien todos sus estudiosos consideran un táctico ejemplar, es el de la perpetuación de la crisis, "porque aquí seguir en el poder no es controlar un ministerio, sino ganar millones de dólares. Seguir en el poder significa para muchos tener la oportunidad de legalizar sus robos. Un puesto político acarrea un cargo económico: el gas, para el primer ministro; el petróleo, para el jefe del Parlamento; la exportación de trigo, para otro miembro del Gobierno... Y todos saben que quien lo pierda ahora lo perderá para siempre", sentencia Grubacic.

En términos más de Heidelberg, donde estudió, el antiguo ultranacionalista Djindjic -"Pale es una democracia militar", dijo a este enviado hace dos años- explica la actual situación como "la completa deslegitimación del poder, algo que en todos los demás países de Europa oriental sucedió en 1989, a la caída del comunisino". Serbia es de hecho el único de la región donde la transición al capitalismo está por empezar, y donde muchas de las viejas caras de los antiguos apparatchiks comunistas siguen en los despachos. En este Estado-corte, Marko, 23 años, el travieso hijo de Milosevic, puede coger su subfusil Heckler y alinear contra la pared a la clientela de un bar sin que se mueva un papel. Sucedió en el Café Rock, en Kostolac, el mes pasado.

El propio Zoran Djindjic no es ajeno al actual descrédito de la oposición serbia, que agrupada en la coalición Unidos -además de él mismo, el mesiánico Vuk Draskovic y la liberal Vesna Pesic- ocupaba hace un año a diario las enfervorizadas calles de Belgrado, bajo la nieve, acorralando al Milosevic falsificador de unos resultados electorales. Después vino el informe Felipe González, en nombre de la OSCE, al que nadie hizo caso en sus sugerencias democratizadoras. Finalmente, el olvido. Ahora, y tras las parlamentarias de septiembre, "tres de los partidos representados en el Parlamento serbio, los de Milosevic, Seselj y Draskovic, son antidemocráticos", afirma Djindjic, para quien las vías políticas del cambio están bloquedas. ¿Futuro?. Que la imparable crisis del poder -más aislamiento, más pobreza- provoque un milagro en forma de renovada energía popular, "porque la oposición real está en las ciudades, en la Universidad. La cuestión es si sabremos canalizarla".

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