Cárdenas deja a militares al mando de la policía de la capital mexicana
Cuauhtémoc Cárdenas, nuevo jefe del Gobierno de la Ciudad de México desde el pasado 5 de diciembre, ha decidido dejar en manos de militares la seguridad pública de capital. Un teniente coronel retirado, Rodolfo Debernardi, tendrá desde ahora el mando de los cuerpos policiales, y en su equipo figuran, de momento, otros cuatro altos cargos del Ejército. Cárdenas, dirigente del centroizquierdista Partido de la Revolución Democrática (PRD), sigue así las pautas de su antecesor, Óscar Espinosa, que en julio de 1996, y en medio de fuertes críticas, puso a un general al frente de la lucha contra el crimen.Con esta medida el nuevo regente, intentará cumplir la promesa que hizo el pasado viernes durante su toma de posesión, en una ceremonia que fue apadrinada por el presidente mexicano Ernesto Zedillo: arrebatar las calles a una delincuencia que en los últimos tres años se ha desbocado, hasta convertirse en el principal problema de la capital.
La decisión de Cárdenas ha sido acogida con cierto escepticismo. Los militares que estuvieron al frente de la seguridad pública en la anterior administración no lograron, a pesar de sus esfuerzos, reducir los espeluznantes índices de criminalidad ni controlar siquiera a los propios cuerpos policiales, corroídos por la corrupción y la ineficacia. Para colmo, la ejecución extrajudicial de seis jóvenes en septiembre pasado acabó por empañar su gestión.
Un silencio prudente
Las organizaciones de derechos humanos, que encabezaron entonces las protestas contra la presencia del Ejército en puestos policiales, han guardado ahora un prudente silencio, en espera de ver cómo se desarrollan los acontecimientos. Felipe Calderón, presidente del conservador Partido de Acción Nacional (PAN), acusó el domingo a Cárdenas de haber "traicionado" sus compromisos.El nuevo regente (alcalde) va a estar sometido a un marcaje estrecho. Por lo pronto, la composición de su Gabinete ha causado desaliento entre observadores y analistas políticos, incluyendo a los más afines al PRD. La opinión es unánime: salvo algunos profesionales cualificados, Cárdenas ha repartido el resto de los cargos entre allegados y militantes del partido sin ninguna experiencia en el ámbito de la administración.
A la crisis de la seguridad pública se unen el déficit de infraestructuras, el desempleo, la contaminación.... Bien mirado, el trono de la regencia es en estos momentos lo más parecido a la silla de un faquir. Pero para Cuauhtémoc Cárdenas el cargo colma, por lo menos a corto plazo, unas ambiciones políticas que parecían congeladas después de dos intentos frustrados (1988 y 1994) por llegar a la presidencia de la República.
De hecho el dirigente perredista ha renovado sus aspiraciones: sabe que el gobierno de la capital puede ser un buen trampolín para las elecciones presidenciales del año 2000. Pero también, como esperan sus enemigos, su tumba política.
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