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Mario Vargas Llosa reivindica el humor como esencial en la literatura

Entre La ciudad y los perros, primera novela de Mario Vargas Llosa, y Los cuadernos de don Rigoberto, la más reciente, han pasado 35 años. Y entre las múltiples experiencias acumuladas en ese tiempo por el escritor hispanoperuano está este descubrimiento: el humor es ineludible a la hora de describir ciertas situaciones y es, además, una veta riquísima de la que él mismo se había estado privando en aras de una literatura "seria" y trascendente, destinada a "iluminar conciencias".Fue la propia realidad la que le liberó de los encorsetados cánones dictados por Jean-Paul Sartre, a quien Vargas Llosa admiraba fervientemente: la historia del "servicio de visitadoras" que el Ejército peruano enviaba a sus destacamentos en la selva no se podía contar en serio. Lo intentó, pero no hubo manera, y Pantaleón y las visitadoras quedó como quedó: carcajeante. Desde entonces ya nunca más dejó el humor de lado.

Durante casi una hora y media, en el auditorio de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México), Mario Vargas Llosa narró, ante un público embelesado, su experiencia como escritor a partir de su primera y de su última novela. Para el escritor, el humor es lo que más separa a ambos libros: deliberadamente ausente de La ciudad y los perros y deliberadamente presente en Los cuadernos de don Rigoberto, donde sirve para amortiguar la violencia que aparece inevitablemente en la descripción de la experiencia sexual.

Inseguridad

Pero algunos otros aspectos han seguido inmutables en estos 35 años: la inseguridad que embarga al autor cuando emprende una nueva "aventura novelesca" o los malos ratos que atraviesa en la primera fase de la escritura."Nunca me sale un texto creativo de un tirón en su primera versión, como le pasaba a Cortázar", afirma Mario Vargas Llosa. "Mi primera versión de una novela es un magma confuso" sin coherencia narrativa. Es lo que más trabajo me cuesta y lo que menos me gusta. Pero la novela está allí. Hay que rescatarla y pulirla, eliminar la hojarasca y dotarla de autonomía". Ésa es la segunda etapa, la más satisfactoria: "El placer no es escribir, sino reescribir", dice el escritor.

Con La ciudad y los perros contó con una ayuda insuperable: los siete volúmenes de la Correspondencia de Gustave Flaubert, un diario del tesón y la terquedad con los que el autor-francés logró superar sus deficiencias hasta llegar a escribir Madame Bovary. Con las aventuras y desventuras de don Rigoberto pasó, confiesa, "muchos menos malos ratos y también muchos mejores ratos". El autor acaba de reeditar su primera novela en Alfaguara, como parte de un proyecto de edición definitiva de toda su obra.

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