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Con el agua en el comedor

Vecinos de un asentamiento ilegal en el cauce del Jarama permanecen en vilo ante una posible crecida

Los vecinos del asentamiento ilegal de La Chopera, en San Fernando de Henares, viven pendientes del Jarama. Las casas bajas de construcción artesanal donde habitan estas tres familias (seis adultos y cuatro niños) están situadas en pleno cauce del río. A diario, las aguas bajan mansas, a unos cien metros de sus casetas, sin ocupar todo el espacio que les pertenece. Pero cuando hay crecidas, toman posesión de toda la zona. Ya han conocido varias riadas. La última, hace un año. La reciente catástrofe de Badajoz y el lluvioso otoño madrileño les tienen en vilo. En cuanto un extraño se acerca por sus dominios, a los que se accede por un camino de grijo, salen de sus viviendas temiéndose lo peor. "¿Qué pasa, que ya han soltado?", preguntan en referencia a la presa del Atazar.Hace un año, la Confederación Hidrográfica del Tajo les obligó a derribar sus casas. No lo hicieron. "Nos iríamos, pero ¿adónde? Si estamos aquí es porque no tenemos otro lugar donde vivir", replican. Cerca, en la zona de dominio de la Confederación, hay varias decenas de casetas, utilizadas la mayoría como huertos, aunque algunas están habitadas. Forman una segunda línea de afectados en caso de crecida.

Tarsila Robles tiene todavía restos de barro en algunos muebles de su hogar. "Te esmeras en limpiarlo y ocurre como hace un año, que llega la riada con su agua cenagosa y lo echa todo a perder", explica. Entonces, el Ayuntamiento de San Fernando tuvo que alojarles en hostales.

Esta mujer de 45 años vive con su marido y sus tres niños, de 8, 6 y 2 años, en una casa baja compuesta por un baño sin alicatar, una cocina y una sala que de noche se convierte en el dormitorio de toda la familia gracias a una serie de camas empotradas.

"Mi marido estuvo preso 14 meses en la cárcel de Guadalajara y allí le hablaron de este sitio; como no teníamos otro lugar donde ir, nos vinimos aquí", explica esta mujer. "Antes residíamos en casa de unos familiares de él en Parla, pero ya estábamos estorbando y no tenemos para pagar un alquiler porque mi marido sólo encuentra trabajo de albañil a rachas, y el resto del tiempo vamos tirando con la chatarra", añade.

"Viviendo aquí no podemos empadronarnos en San Fernando porque esto es un asentamiento ilegal y no lo aceptan, y sin empadronarnos, no podemos solicitar un piso social", apostilla esta vecina del río. No será el mejor sitio, pero no tenemos otro, y, además, aunque quede bastante alejado de San Fernando, queda cerca la parada de un autobús escolar, con lo que podemos mandar a los niños al colegio sin problemas", afirma. Sacan el agua de un pozo y la electricidad de enganches ilegales.

Marisol Maldonado, de 25 años, todavía recuerda las navidades del año pasado, cuando todas las familias de La Chopera tuvieron que ser desalojadas por la crecida del río. En 1995 conoció otra riada. "El otro día vinieron de la Confederación y dijeron que este año, por ahora, la cosa va bien", explica.

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Ella vivía con su familia en el distrito madrileño de San Blas hasta que se casó. "Como no podemos pagar 50.000 o 60.000 pesetas de alquiler, porque a mi marido le salen chapuzas de ferrallista y yo sólo gano 89.000 pesetas en una fábrica de envasado de Paracuellos, nos levantamos aquí una casa", asegura esta mujer, que conocía la zona porque en ella tenían huertos de fin de semana dos familiares suyos.

Tienen una niña de cuatro años que entre semana vive en San Blas con los abuelos y va a un colegio de este distrito obrero. El fin de semana lo pasa con ellos. "Estamos intentando conseguir un piso del Instituto de la Vivienda de Madrid (Ivima)", añade. Teme a una posible crecida del río, pero espera salir de ella, corno otras veces. Ana Casalengua, de 23 años, es pariente de Marisol. Ella y su hermano habitan desde hace año y medio en la modesta casa baja que hace cinco años construyó su padre, con ladrillos, maderas y hormigón, como un lugar para pasar el fin de semana. "La policía y la Guardia Civil me vieron cómo la levantaba y no me dijeron nada", explica el padre, que vive en el distrito madrileño de Ciudad Lineal.

Ana admite que su situación y la de su hermano son las menos difíciles. "Vinimos aquí para independizarnos, pero si hace muy mal tiempo nos vamos con nuestros padres; peor lo tienen las otras dos familias, que carecen de otro lugar donde ir", admite.

El año pasado, toda su familia se juntó en La Chopera para celebrar las fiestas de Navidad en la caseta. Era el 21 de diciembre. Los perros ladraban como locos. Alguien se acercaba. Era el río.

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