Bacterias
Cuanto más grande es un cadáver, mayor es la riqueza que proporciona su descomposición. Pensemos de nuevo en la ballena de Cantabria, que ha producido gas metano, argumentos ecológicos, comida para peces y un esqueleto digno de un museo de ciencias naturales. Todo ello no habría sido posible sin el concurso de millones de bacterias que le han ayudado a corromperse. De ahí que no se comprenda la mala fama de que goza la materia podrida, sinónimo de desarrollo económico para las moscas y sus larvas.Ahora bien, el mundo no es sólo el resultado de un impulso orgánico, sino la consecuencia de un soplo metafísico. Por eso son necesarios también microorganismos morales que contribuyan a su putrefacción espiritual. Ahí es donde interviene el hombre, que es el único ácaro dotado de conciencia. Tomemos España, por ejemplo, varada al sur del GAL y al norte de Filesa, y sobre la que se han arrojado, como sobre un trozo de carne roja, banqueros, jueces, políticos, espías, obispos, abogados, filósofos, periodistas, testaferros y espectadores. Todos, con su aliento y sus jugos, colaboran a su descomposición y, con ella, a la del Estado, que es el cadáver que más dinero da cuando comienza a corromperse.
Un personaje de Nabokov describía el mundo como un estómago gigantesco en plena digestión. Nada más acertado. Nos ponemos medallas para llamarnos generales, togas para denominarnos jueces, solideos para parecer obispos, pero no somos más que un puñado de bacterias deshaciendo un bolo alimenticio. Lo que no sabemos es para quién trabajamos ni al servicio de qué musculatura se produce esa digestión. A lo más que podemos aspirar es a distinguir a quienes trajinan en el intestino delgado de quienes desarrollan su labor en el grueso, que no es mucho.
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