Y en Ganga sigo
Buen rollito, colego, en Ganga sigo, aprovechando que en España, a estas horas, ya todos se estarán preparando para el próximo puente inmaculado. Leyendo estuve ayer al mediodía, mientras caía un aguacero, un librote enjundioso de doña Emilia Pardo Bazán, de Bobadilla fiel admiradora y autora muy presente en la biblioteca municipal de Ganga. La escritora da allí sobradas pruebas de estar de espíritu romántico hasta el moño. Hasta el extremo de ensalzar un poemilla, que se las trae, escrito por Pierre Dupont (para ella Pedro, aunque no Del Puente), aparecido en 1845 y titulado Los bueyes.
A la feminista coruñesa conviene imaginársela, para entenderla, cabreada por cosas tan pringosas, inimaginables no en Ganga, como que los poetas se refieran, en lugar de a unas tetas, a aquellas "pomas eréctiles que temblaban como si fueran de mercurio". Y, puestos a elegir entre la cuestión y lo palpitante, ella se queda con la espontánea actitud de un labrador francés que confiesa sentir honda pasión, por sus bueyes. Un labrador honrado, que, en versos cristalinos, dice que sí, que, antes de llegar a verlos muertos, prefiere que fallezca su mujer, Jeanne o Juana, a la que, sin embargo, quiere tanto. Emilia Pardo Bazán no pica en el anzuelo de lo anecdótico, ella -que se desayuna con Zola, almuerza con Quiroga (su marido) y pernocta primero con Galdós y más tarde con Lázaro Galdeano- habla de lo que habla, de aquello que por fin se aleja, aunque tenga que ser a costa de algún cadáver: "¡Cuán lejos estamos, con esta poesía, del romanticismo melenudo y exaltado, y cuán cerca del naturalismo!".Mucho contribuyó el escritor cubano Emilio Bobadilla, duelista melancólico, a semejante acercamiento. Con lo que hoy llamaríamos terrorismo literario puro y duro, nada más llegar a España puso todo patas arriba. En el terreno de la independencia, en su sitio estaba: ."Yo estoy contra los que matan a mis hermanos. Es cuestión de decoro más que de patriotismo". De ahí que tampoco le importara luego, en su viaje de 1910 a Cuba, enzarzarse en polémicas y duelos, resumiendo la nueva situación sociopolítica con este juicio o pedrada: "Una rumba bailada alrededor de un jamón". Pero lo que de verdad quería el creador de A fuego lento era asistir al triunfo del naturalismo en Ganga, acabar con los cromos paisajísticos, las estampitas del buen salvaje y los ociosos suspirillos de la bohemia.
Sí, lo que adquiere importancia en Ganga es lo objetivo, aquello que el lenguaje científico ha librado de la oscuridad: pastillas de clorato de potasa, dentaduras verdes y negras, epilepsia ("en todo genio, como en todo criminal, late un epiléptico"), tentaciones calenturientas, aceptaciones abrasadoras, lepromas, excrecencias polícromas, escrófulas, herpes, tumores, liquen vesicular, pústulas y legañas. Cosas no volanderas, sino apegadas a lo que retratan, aunque sea al alcalde de Ganga: "Tipo apoplético, de cuello adiposo y ancho, dedos de butifarra, occipucio de toro, párpados caídos hasta la mitad del globo ocular, vientre voluminoso y de carácter irritable, por la vecindad, sin duda, del cerebro y el corazón".
Bobadilla, menos piadoso que Cabrera Infante, parodia y odia, a la vez, a un joven poeta escuchimizado que, en el banquete de bienvenida al doctor Baranda, declama: "El sol viborezno del trópico rojo/ te canta, ¡oh galeno!, con ímpetu azul; / y el titán airado, con arcaico arrojo, / sobre ti desciñe su invisible tul". Y se fija en el comensal cretino que, después de eso, aplaude y chilla: "¡Eso es un poeta!". Como también se fija en las uñas negras de Garibaldi Fernández, autor de un manual titulado El buen gusto: "No estiréis vuestros miembros, no bostecéis, no salivéis, no estornudéis metiendo ruido y sin cubrir muy bien con el pañuelo manos y boca, haciendo además la cabeza a un lado. Si estáis acatarrados, quedaos en casa". Eso, eso. A menos que desfilen los militares, bajo cuarenta grados a la sombra, engalanados con el uniforme ideal: el del ejército ruso. O a no ser que repiquen a procesión, donde "curas panzudos y hepáticos, de fisonomía mongólica, iban a la cabeza hisopeando al gentío y gruñendo latines".Para no descolgarme de los tiempos que corren, y para que compruebe el lector de hoy día que siempre los glaciares finiseculares se derriten del mismo modo, remataré la estancia en Ganga evocando, con rapidez harto española, la orgía que una noche montó un grupo de gangueños borrachos, encabezados por Petronio ("el Castelar de Ganga"), en casa de una mulata de rompe y rasga, requeteconocida por La Caliente. Petronio, ya de lleno, está en ello. Y ella, predecesora a pelo de Olga Guillot, berrea:. "¡No te quites, mi vida, no te quites! ¡Cuánto gozo! ¡Me muero! ¡Me muero!". Cuando en eso que a Porto, otro juerguista, le vino la ocurrencia de gastar en el acto una broma: "Le metió a Petronio el índice en salva sea la parte". Y el tocado, sin verlo ni apearse, gritó lo que hoy gritamos frente a la realidad galopante: "¡Que me quitas la respiración!".
¡Cuán lejos del romanticismo! ¡Cuán cerca del naturalismo! Ahora ya, sin saber qué es peor. Eso nos pasa por buenos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.