Franco, Franco, Franco
El problema, como siempre, no es Franco, mediocre y truculento dictador, sino los franquistas. Aquellos que empujaron a los militares africanistas a una guerra civil salvaje para que les sacaran sus castañas del fuego, los mismos que prestaron su apoyo social, intelectual, militar, religioso y económico al franquismo para que no volviera la democracia republicana a tratarles como a cómplices de genocidio. Fueron los franquistas quienes permitieron que el -régimen violara los derechos humanos, asumida la tortura en las comisarías, las persecuciones, la falsificación de la memoria colectiva y de la historia, el rapto del lenguaje, la basura de la cultura oficial y sus beneficiarios. Los franquistas más interesados dejaron el franquismo emocional para las masas. Eran falangistas que esperaban la revolución pendiente, o democristianos colaboracionistas, o miembros del Opus De¡ convencidos de que su reino era de este mundo, o monárquicos con una mariposa en aceite encendida a don Juan y un monumental cirio a Franco. Está por hacer la historia de aquella gigantesca corrupción moral y material que va desde el estraperlo de los años cuarenta y cincuenta hasta el aceite de Redondela o Sofico, ya en los setenta, pasando por la cantidad de paniaguados que, sin otra herramienta que el pistolerismo de su Juventud, llegaron a olígarcas. Pero sobre todo de aquella doble verdad omnipresente de los cómplices de la defensa de los valores del cristianismo como coartada mientras los matarifes amateurs o de plantilla, la Brigada Político-social, practicaban la guerra sucia todos los días, sin que nunca los políticos del franquismo les hicieran ascos a sus hábiles interrogatoríos; al contrario, pensaban que la tortura estaba justificada por la Iglesia desde los tiempos de san Isidoro de Sevilla.
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