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Tribuna:NOSOTROS, A LO NUESTRO
Tribuna
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Amenazas y luces

Los grandes almacenes amenazan ya con su artillería navideña y, además, las calles de Madrid han sufrido durante toda la semana una zafia violación, a base de carteles, perpetrada por seguidores de Ynestrillas (¿cuándo le contratará Amor de López como conductor de debates en la Televisión púnica?). Asqueada ante la inminencia del 23-N (nótese la fina síntesis con que este año nos obsequia el azar, empeñado en que hoy coincida el anual dominguito franquista con otra fecha que los fascistas llevan también grabada en un anillo por dentro) y aterrada por el espíritu navideño, tomé una decisión. Porque, por otra parte, esta semana se ha producido uno de los hechos más lamentables de nuestra historia reciente: Melilla, en uno de sus peores momentos, ha quedado abandonada a si misma. Como siempre. Poco después del funeral por las nueve víctimas que produjo la rotura del depósito sonó el teléfono en mi piso, y la voz de un amigo melillense habló así: "Te llamo desde la ciudad fantasma, una ciudad llena de fango y polvo, a la deriva, que no le importa a nadie". Me dolió el corazón, porque es verdad que ni siquiera en estos trances pensamos lo bastante en la España de allá abajo, y porque Melilla no merece la transparente ingravidez con que la dotamos, para vaciarla de sus contenidos y sus problemas. Irónicamente, apostilló mi amigo: "Qué oportunidad perdida para un buen político, del partido que fuera, de venirse aquí por un motivo humanitario que, por una vez, no molestaría a Hassan II. Qué oportunidad perdida, incluso, para hacer demagogia, aprovechando que la muerte igualó a tres españoles católicos, tres españoles evangélicos y tres españoles musulmanes".Mi decisión fue drástica: buscar consuelo en la cultura, pero no en leer y escuchar música e ir al cine con regularidad, que eso ya lo hago, sino en los actos culturales propiamente dichos, para rozarme con gente sensible como una y que comparte con una idénticos intereses e inquietudes. Lo que yo no sabía, pues llevaba la tira de tiempo sin dejarme ver en un evento / milonga, es que incluso esta noble práctica entraña peligros sin cuento. Por ejemplo, llegué al Museo Thyssen-Borneínísza para admirar Las tres gracias de Antonio Canova y otras excelencias recién expuestas, y me di de bruces con un regimiento acorazado de subsecretarios y directores generales con sus santas que montaban guardia en torno a la Segunda Dama (en su reencarnación más culta, pero siempre fiel a su costurera), con tanta fe y babas y entusiasmo, que tuve que agarrarme del brazó de Jaíme Salinas -perdido, como yo, en aquel mar de polvorones con traje- y ponerme a admirar de inmediato la muestra El triunfo de Venus.Que fue lo mejor de la velada, aparte de los barones: ella con su divertida sonrisa y él con su toque Gauguin en el pañuelo que usa como cabestrillo del brazo izquierdo. Escarmentada, la noche siguiente me presenté armada con un móvil en el estreno de La casa de Bernarda Alba y Gernika, de Antonio Canales y Lluís Pasqual, para pedir auxilio, cual Scully, al primer Mulder que pudiera sacarme oportunamente del círculo de las malas compañías. No hizo falta:. aparte de, la duquesa dé Alba (indescriptible) y de Simoneta, Gómez Acebo, el resto eran, gente bastante normal. Muchos, gitanos entre ellos, Tomatito- y mucha farándula: las grandiosas Berta Riaza y Julieta Serrano, el pequeño pero sexy Alejandro Sanz, Pepe Sámano, Mariano Barroso, Carmen Alborch... Bueno, y Massiel, que permaneció tanto rato en su palco, con el cuello vuelto hacia la entrada. Para controlar al personal, que llegué a pensar que le había hecho un lifting el de los efectos especiales de El exorcista. Como ven, nada de particular: salvo que, en el escenario, Antonio Canales compuso una Bernarda tan amenazante que parecía Álvarez Cascos dirigiendo una clase de íntegrismo islámico. El jueves libré, porque me tocaba una conferencia de Miguel Angel Cortés y me entró un solidario fiebrón con pasa, pero el viernes pude ver, en pase privado, una película preciosa que no dejo de recomendarles: la última de Manuel Gutiérrez Aragón, Cosas que dejé en La Habana. Tenía a Gracia Querejeta a mi lado y, qué, quieren que les diga, ahí fui feliz. Por la película, por la compañía, por la oscuridad en donde se desplegaba la magia de la luz habanera convocada por la evocación. Por cierto, ¿sabían que la luz de Melilla es también muy especial?

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