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"El Greco fue el primer artista moderno de este país" , asegura Fernando Marías

El ensayista publica una extensa biografía que resalta la extravagancia del pintor

Doménikos Theotokópulos (Creta, 1541-Toledo, 1614) es una de las figuras más mitificadas, misteriosas y paradójicas del arte universal. Por eso, Fernando Marías (Madrid, 1949), catedrático de Historia del Arte de la Universidad Autónoma de Madrid, ha tratado de huir "de los prejuicios y tópicos maniqueos que lo definieron, hacia 1900, como un místico español enamorado de la pintura religiosa y como un héroe que luchaba contra todo". Su exhaustivo retrato, que fue presentado ayer en Toledo, se titula El Greco, biografía de un pintor extravagante y se publica simultáneamente en España y Francia -Nerea y Adam Biro-. En él, Marías describe a El Greco como "un hombre raro, orgulloso, nada ascético ni manso". Y lo presenta como "un pintor excepcional y transgresor: el primer artista moderno de este país".

La afirmación de Marías no excluye en absoluto eso que su hermano Javier (dos años menor que él) se atrevió a hacer con otro ilustre coetáneo de El Greco, Miguel de Cervantes: poner en duda, negar la españolidad del artista. Nacido en Creta hacia 1541 y criado artísticamente en Italia -"admiraba sobre todo a Tintoretto y Tiziano, con Miguel Ángel tenía una relación de amor/odio"-, El Greco vivió en Toledo desde 1577 hasta su muerte, y eso lo convirtió en español casi a pesar de sí mismo. "Siempre se sintió extranjero. A pesar de que no volvió a Creta desde 1560, y aunque mientras trabajó allí occidentalizó mucho los iconos religiosos griegos -en contra de la opinión de sus clientes-, mantuvo siempre su orgullo nacional y los rasgos bizantinos son muy importantes en su arte y su personalidad".Es también cierto, acepta Marías, que ésa era sólo una paradoja más de este personaje ambicioso y autodestrucivo, fenicio y despilfarrador, delicado y brutal, poético y descarnado: "Su extravagancia consistía en buena parte en construirse y creerse un personaje: raro, distinto, genial". Y muy alejado de la forma de ser -entre servil y mística- de la mayoría de los artistas de su época. "Estaba en las antípodas de todos los pintores religiosos españoles, como Luis de Morales o Francisco Pacheco. Y no sabemos si fue católico romano o griego ortodoxo, pero debió ser ortodoxo porque así debió nacer. Si no lo sabemos, es probable que no le preocupara nada la religión: de hecho, nunca fue miembro de ninguna cofradía, no hizo testamento y no hay noticias de que fuera ascético. Más bien irónico, irascible, tan poco manso que era capaz de pleitear hasta con sus amigos si no estaba de acuerdo con lo que querían pagarle".

Marías ha basado su estudio, en el que ha trabajado durante cuatro años, en las notas manuscritas que desde los años 70 han ido apareciendo en los libros y textos que El Greco tenía en su biblioteca. Según explica en el prólogo el historiador, que ha sido profesor visitante en Harvard y pionero en la enseñanza de arte español en aquella universidad, tuvo la suerte de encontrar uno de ellos -un ejemplar de Vitruvio- en la Biblioteca Nacional, en el otoño de 1977. Desde cinco años antes -en su tesis doctoral estudió a El Greco arquitecto de retablos- a Marías le había fascinado este "personaje insobornablemente independiente y su personalidad compleja, poco sujeta a fórmulas explicativas simples".

Pero, sobre todo, cuenta, le interesaba el pintor, su transgresión de la tradición, las inquietudes estéticas e intelectuales de un artista que dedica el 70% de su obra a la religión "por razones alimenticias y de estrategia de mercado", pero que a la vez "pinta constantemente para sí mismo, por puro amor a la belleza, al deleite de la belleza femenina", siempre fiel a su pensamiento teórico, a su peculiar y avanzado concepto del arte y la inmortalidad.

Investigación

"Es el primer artista español que se autorretrata en sus cuadros, y de los muy pocos de la historia que se pueden identificar con una pincelada, por un trazo. Él cree en el arte como una forma de investigación de la naturaleza, de una realidad mucho más amplia que la reproducción de imágenes o retratos. No se ciñe a la sobrenaturalidad de los personajes religiosos, niega los límites establecidos para las ciudades pintadas y recrea los hechos mitológicos desde su propia visión, dialogando con la tradición. No trabaja como un espejo, sino como un individuo cuya grafía, tan personal, lo hace presente en todo momento".Todo esto aparta al genial cretense de ese otro gran tópico que pesa sobre él, el de pintor torturante, tenebroso. Pero la desmitificación no es fácil, dice Marías, escéptico sobre la capacidad de los historiadores para convencer a la sociedad: "Me he acercado al personaje en lo posible, creyendo que sus notas privadas son, si no inocentes, sí auténticas. Pero él sabía de la perennidad de su figura y su obra, y si puso trampas a sus contemporáneos, ¿por qué no se las iba a poner a los que venimos después?".

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