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Cerro de Reyes ya recela de los políticos

La brega silenciosa de un barrio obrero que quiere cimentar su futuro frente al lodo y las administraciones

Javier Casqueiro

Cerro de Reyes es un barrio de Badajoz pobre, humilde y trabajador. Con problemas, pero tan legal como muchos otros. Hay una notable diferencia entre una barriada así y un distrito marginal, subdesarrollado y tercermundista. Cayó el diluvio y les dejó solos, náufragos en una isla cercada por dos arroyos. Se cebó la borrasca y sepultó en lodo a 20 vecinos, ocultó los cuerpos de otros dos, arruinó 1.000 viviendas, conmovió el alma de 7.800 residentes y azuzó el espíritu solidario de toda España. Se volcaron las nubes una madrugada de noviembre sobre Cerro de Reyes y la madre de Ana María Carretero Duarte, siete años que se llevó la riada, está ahora ingresada en un psiquiátrico.El padre de Ana y de otras dos criaturas lleva tres años en el paro. Cuando hace una semana escuchó desde la penumbra de una buena dosis de barbitúricos que el presidente de la Junta de Extremadura, el socialista Juan Carlos Rodríguez Ibarra, le prometía una casa para rehacer su vida no le creyó. Cuando le gestionó un empleo a través de un concesionario local de refrescos y de restaurantes le mudó la cara. Fue un instante. Habrá trabajo y ahí está la esperanza de sus otras dos hijas, como le intentan convencer los psicólogos, pero él sigue recluido en la habitación 338 de la residencia sanitaria del Perpetuo Socorro.

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Porque la tragedia de Cerro de Reyes es ahora silenciosa y permanente, tras la primera avalancha de barro, abrazos políticos y solidaridad ilimitada. Un ejército de hasta 1.000 voluntarios ha sumado sus brazos a los de los vecinos para dejar sus calles casi limpias en una semana. La huella de los escombros se concentra sólo en los márgenes de esos dos riachuelos por los que ahora discurre apenas un hilo de agua turbia.

El Cerro se aferra así al logro de perpetuar su futuro entre la incertidumbre y el peligro de desarraigo, y duda de la permanencia en el tiempo de los compromisos políticos ante las desgracias. Así se lo ha advertido estos días a sus dirigentes vecinales el alcalde de Biescas, la población que albergó el cámping arrasado en el verano de 1996 por una riada que segó 87 vidas: "Pensad que en un mes ya nadie se acordará de vosotros".

Los vecinos del Cerro atisban que las administraciones y su personal les reciben con sus maneras burocráticas de afrontar los realojos de seres humanos, parapetados tras cifras y complicados expedientes por rellenar para devolverles simplemente a como estaban. "No somos una estadística ni un número", explica Paco Suero, afectado y líder vecinal.

Este barrio nació en la posguerra tras la división territorial que hicieron de la periferia de la ciudad los señores locales. Este cerro, entre los arroyos ahora desbordados del Calamón y el Rivillas, se lo quedó un tal Reyes. Más tarde, una vez parcelado, acogió el primer gran éxodo del campo. Luego, tras el auge de la emigración a Alemania, recogió a los que no soportaron allí el tiempo suficiente para acumular un capital.

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Volvieron, eso sí, con un oficio de albañiles, carpinteros o cerrajeros, y con el ahorro justo para asentar una casa. Las pioneras fueron de puro adobe, alegales: no había normas. Las actuales son legales, reconstruidas con mimo y sin alardes por ellos mismos. Las 1.000 viviendas cimentadas junto a los cauces canalizados de esos ríos se las ha llevado una brutal corriente, con sus enseres que ahora resarcirá la Junta. Esa estela fúnebre de fango ha dejado varias psicosis y un temor a no poder abandonar el barrio y tener que acostarse ya siempre en duermevela.

Este último miércoles, una semana después de la catástrofe, Cerro de Reyes anocheció, a recomendación del arzobispado, entre la vigilia de cirios encendidos sobre el poyete de sus puertas por mujeres que salían a rezar o llorar enfundadas en batas y zapatillas de guata. Esa madrugada ya sólo llovían tristes lágrimas.

Hay una filosofía especial de colaboración en Cerro de Reyes. Ese espíritu salvó muchas vidas en la madrugada del 5 de noviembre. Desde las azoteas, hijos rescataron a padres y abuelos, amigos a vecinos, desconocidos a niños. El grito de auxilio no sirvió de nada en algunos casos y el de unos ancianos se ha quedado grabado en Isidra Méndez, Isi, la vicepresidenta del colectivo vecinal.

Esa solidaridad innata ha servido para facilitar el presente, para montar con la parroquia la primera escuela, para levantar por suscripción una biblioteca pública, para que se asfaltasen las calles y llegasen las farolas. Ahora falta una sucursal bancada y otra farmacia. Ese aprendizaje en la brega se ha demostrado vital para asegurar la presencia ahora en la trinchera de la reunión política diaria.

La Plataforma de Crisis de Cerro de Reyes emergió, por tanto, de manera natural e inmediata. La componen los dirigentes de todos los colectivos del barrio. Se congregan todas las noches, a las ocho, en la parroquia de Jesús Obrero, bajo el amparo de un cura singular, Santiago Moreno, fundador del Cerro tanto desde el unto de vista físico (ejerció de albañil) como espiritual. Abandonan la iglesia de madrugada. Repasan el día, los agravios, las emergencias y los planes.

Por ahora no quieren levantar la voz. Se reservan "para cuando las buenas palabras iniciales de los políticos se conviertan en disputas", según Isidra Méndez. Tienen las quejas en la recámara. Y al enemigo en el punto de mira. Es el alcalde, Miguel Celdrán, del PP. Y elconcejal teóricamente delegado del barrio, Jesús Villalba. Aseguran que después de haber cruzado al pairo, entre ellos, toda aquella interminable noche, de haber reclutado mantas y víveres, llegó el edil la mañana siguiente y ordenó de forma imperativa que no se distribuyese nada más sin su consentimiento. No le hicieron caso perono olvidan aquel bochorno.

Los vecinos tienen claro que aquella noche algo falló. Y mucho. A ellos nadie les alertó de la borrasca pero sospechan de la presencia de un coche policial desde la tarde anterior y de una evacuación de armas y munición de un cuartel cercano. "Ellos [los políticos] se esperaban algo así aunque quizá no de esta magnitud. En todo caso la inundación de unas pocas viviendas pero no una catástrofe", explica María Suárez, tesorera de la asociación vecinal.

Los dirigentes vecinales recelan de los políticos municipales porque son a los primeros a los que han visto el plumero. El Consistorio prometió 300.000 pesetas para las necesidades imperiosas y a algún demandante lo devolvieron para el barrio con los bolsillos vacíosporque otra familia de esa vivienda ya había cobrado esa subvención. Es verdad que también hay picaresca. Pero es cierto que algunos realojados por la Junta en viviendas de alquiler han retornado a sus paredes derruidas para recuperar enchufes y bombillas. Y han comprobado que el Ayuntamiento tenía otros planes urbanísticos, más rentables, para el solar donde les han prometido construir 500 viviendas nuevas en 18 meses. De una cita con el alcalde extrajeron este mensaje sincero: "Por arreglar un estropicio no vayamos a provocar otro"

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Sobre la firma

Javier Casqueiro
Es corresponsal político de EL PAÍS, donde lleva más de 30 años especializado en este tipo de información con distintas responsabilidades. Fue corresponsal diplomático, vivió en Washington y Rabat, se encargó del área Nacional en Cuatro y CNN+. Y en la prehistoria trabajó seis años en La Voz de Galicia. Colabora en tertulias de radio y televisión.

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