Un gobernador para el euro
LA BATALLA desencadenada por Francia con la presentación de la candidatura de Jean-Claude Trichet para ganar la presidencia del futuro Banco Central Europeo (BCE) es comprensible. Hoy no existe probablemente en el mundo un cargo vacante de importancia comparable. Pero puede ser una batalla dañina si termina por afectar al nacimiento del propio BCE, que es la pieza central de la puesta en marcha de la moneda común europea y que necesita ver la luz rodeado de la mayor legitimidad y credibilidad posibles.El Banco Central Europeo empezará a funcionar el 1 de enero de 1999, al mismo tiempo que el euro; pero la composición de sus órganos directivos se conocerá en mayo o junio de 1998, cuando se sepa qué países entran a formar parte de la tercera fase de la unión monetaria. En ese momento, los Gobiernos de los países euro nombrarán, "de entre personas de reconocido prestigio y experiencia en asuntos monetarios y bancarios", al presidente, vicepresidente y hasta cuatro vocales, como máximo, que integrarán el comité ejecutivo del BCE.
El Gobierno francés tiene derecho a proponer como candidato a presidente al actual gobernador de su banco nacional, Jean-Claude Trichet, frente a la candidatura del holandés Wim Duisenberg, patrocinada por Alemania. Al fin y al cabo, no existe un acuerdo previo que predetermine quién debe ser "el primer banquero de Europa". Es de dominio público que Trichet es un excelente técnico que ha demostrado su rigor en la defensa de un franco fuerte, ligado al marco, aunque ello le acarreara enfrentamientos con el presidente de la República, Jacques Chirac, partidario de una rebaja en los tipos de interés. De hecho, lo más sorprendente es que Chirac haya optado por defender esa candidatura; algunos de sus portavoces habían empezado por filtrar el nombre de Michel Camdessus, actual director general del FMI.
El problema no es que Trichet incumpla las condiciones pactadas o que se pueda dudar de su independencia respecto al Gobierno francés, una vez nombrado. Mal que les pese a los franceses, el gobernador de su banco nacional es tan estricto y tan partidario de una política monetaria independiente como sus colegas germanos. El problema es su nacionalidad, es decir, que representa a uno de los grandes países miembros de la Unión Europea. Es absurdo creer que Alemania se puede conformar con que la sede del BCE esté en Francfort y que haya renunciado a que Hans Tietmeyer sea el presidente del banco para dejar sitio al candidato de París.
La salida más lógica sigue siendo que el primer presidente del BCE proceda de uno de los países pequeños miembros de la unión monetaria, lo que evitaría suspicacias sobre el excesivo control por parte de los grandes. El candidato ideal, desde el punto de vista de Alemania, es el holandés Wim Duisenberg, actual presidente del Instituto Monetario Europeo, con todas las bendiciones del Bundesbank, que fue responsable durante años de la estricta política monetaria de los Países Bajos y que defiende un modelo muy riguroso de BCE. Aunque la personalidad de Duisenberg despierta recelos por su escasa habilidad política y su intransigencia técnica.
Corresponde a Francia y Alemania resolver el pulso. Primero, a través de una negociación directa para que el candidato sea nombrado por unanimidad. En caso de votación, Duisenberg contará con el apoyo de los países del área del marco y puede que con la mayoría. La hipótesis de que sea necesario un candidato de consenso queda lejos, pero si se perfilara más, la candidatura del gobernador del Banco de España, Luis Ángel Rojo, es la que más garantías ofrece. Tiene el mismo rigor que Duisenberg, pero con mayor sensibilidad política, y la misma calidad técnica que Trichet, aunque, afortunadamente, con menos grandeur.
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