Entre el francés y el español
La líder, Alemania, está descartada (autodescartada) para el puesto. Tampoco el recurso a un pequeño del Benelux, tan manido en caso de empates, parece plausible. Si Duisenberg no logra resucitar, Holanda habrá agotado ya todas sus cartas; el ministro belga de Finanzas, Phillipe Maystadt, sería excelente, pero Bélgica, con el barón Lamfalussy, ya ha encabezado el IME, y la capacidad de absorción de luxemburgueses seguramente se agota con el presidente de la Comisión, Jacques Santer.
Italia tiene bastante, de momento, con que ninguna sorpresa obstaculice su ingreso al euro. Y los siempre sólidos Austria, Portugal e Irlanda parecen no concitar atenciones. De los nórdicos, Suecia se autoexcluye, Dinamarca, otro tanto; seguramente Finlandia accederá al Comité Ejecutivo. Quizá pueda alcanzar, en aras del equilibrio geográfico, la vicepresidencia, para cederla enseguida al Reino Unido.
Aunque todo puede dar muchas vueltas, quedan Francia y España.
A favor de Francia, su peso político, su férrea voluntad de ocupar el puesto. Y su capacidad de exhibir perfiles de variado pelaje. Antes del verano, en la fase de la guerra sorda, Chirac ha tanteado en París a su compatriota Michel Camdessus, el difícilmente batible director del Fondo Monetario Internacional, ocupado a la sazón en ser reelegido al frente del FMI. "Ahora no soy candidato" al BCE, confiesa a un amigo el hombre público francés mejor relacionado con EE UU. "He pedido que no se haga circular mi nombre en vano musita, sugiriendo alternativas como la del gobernador español, Luis Angel Rojo, que recientemente ha venteado la Frankfurter Allgemeine Zeitung.
Un alfil suicida
El pasado jueves saltó a la palestra el nombre de Valéry Giscard d'Estaing, lanzado por el ex canciller Helmut Schmidt, con quien inventó el SME. De modo que Trichet juega como alfil suicida. Tumbará a Duisenberg y abrirá el camino a un tercero, si prospera el diseño de Francia. Ahora, todos los países, España también, "mantienen sus opciones abiertas", en frase feliz del vicepresidente español, Rodrigo Rato.La oportunidad española parece, en principio, menos evidente, aunque ya muchos la jalean. Consistiría en ofrecer el nombre respetado por todos, la alternativa de consenso tras la batalla: Luis Ángel Rojo. Académico influyente y maestro de generaciones de economistas antes que banquero central, banquero de éxito en la lucha contra la inflación durante la última fase socialista y la actual popular, Rojo es ortodoxo, pero no una fotocopia. A diferencia de Duisenberg, carece de enemigos. Y acumula, tanto o más que él, la imprescindible experiencia del IME: es su vicepresidente.
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