El síntoma Pellón
Estaban esperando que se produjera una noticia así. De pronto, la agencia Efe la proporcionó: la Expo fue una catástrofe, un expolio. Era perfecto. En primer lugar, estaba servido el juego de palabras que durante tantos años persiguieron: Expo es igual a Expolio. El propio nombre de Jacinto Pellón, que fue presidente de aquel acontecimiento sevillano de 1992, también propiciaba el juego de palabras: un gracioso nacional refrescó su descubrimiento, y para hablar de la corrupción, el fraude y el expolio los restantes graciosos españoles rescataron el hallazgo: Pellones eran los millones que se llevaron calentitos los corruptos de la Expo. En menos de medio día, el viernes de la semana pasada, las bromas chuscas y las admoniciones precipitadas cubrieron de ignominia a la Expo y a sus responsables; nadie había leído el informe del Tribunal de Cuentas en que se basaba la agencia Efe, pero columnistas, tertulianos y diputados se convirtieron en ciudadanos dispuestos a creer las primeras impresiones y se lanzaron al divertido juego de la descalificación previa. Ahí hay delito, pues no faltaba más. A partir de aquellos datos periodísticos, establecieron enseguida que en la Expo se habían enseñoreado la corrupción y el fraude y se habían llevado algunos el dinero de todos los españoles. Ya lo dijeron antes, pero ahora tenían otra posibilidad de repetirlo. El tono altisonante de los primeros gritos fue subiendo como una nube y de nuevo cayó sobre la Expo la leyenda negra que ya quiso ensombrecer su desarrollo y que la convirtió en su día en uno de los pim-pam-pum favoritos del lugar común de nuestra patria. Los datos de agencia eran perfectos para resucitar aquella historia; fue curiosa la sensación- que produjo, de todos modos, la noticia televisada: como las imágenes no suelen tener prejuicios, sobre la impresión que dejaban las cifras de los telediarios aparecían los vídeos de aquel acontecimiento que puso a España, a Andalucía y a Sevilla al borde de la vanguardia de las nuevas tecnologías, de las comunicaciones y del entendimiento del mundo futuro. Pero todo esto, lo que se vio, lo que se ve y lo que sigue ahí, en Sevilla, como realidad de lo que fue la Expo, mejor olvidarlo: había en cambio que restaurar las bromas sobre los pellones, y resultaba muy adecuado pues en la espalda de estos pellones parece que residen otras espaldas, y cuantos más quepan en el saco de los corruptos fraudulentos mejor para el guirigay.La vida trae sorpresas, sin embargo, y cuando acababa aquel viernes en que de nuevo la Expo se convertía en expolio y los millones eran otras vez pellones, la presidenta del Tribunal de Cuentas dijo que no hubo fraude ni corrupción.¿Cómo? ¿Qué dice esa mujer? Esa mujer está vendida. En la bilis helada de los que habían lanzado todos los improperios a partir de las primeras estimaciones cayó como un mal trago esa precisión contable. A los tertulianos se les heló la opinión y a los políticos que se habían precipitado por la sierra de las suposiciones se les ocurrió lo evidente: seguro que hay tomate, de modo que investiguemos.
Investigar la Expo. Parece que el Parlamento no lo considera necesario, pero la sociedad sí debe investigar -investigarse a sí misma, más bien para averiguar por qué tratamos entonces de modo tan mezquino lo que fue un hermoso escaparate de un país en trance de cambiar, por qué nos fijamos en las nimiedades para eliminar su repercusión, y por qué luego la herencia del hecho ha sido tratada como si aquella hubiera sido una experiencia inservible.
Ahora se ha producido otra vez el escándalo; los misacantanos mañaneros siguen esperando el milagro de ver colgado del palo mayor de las naves de la Expo alguna cabeza, y eligieron estos días la de Jacinto Pellón para ponerla en el estandarte del fraude y de la corrupción. No es verdad, y lo saben también los que gritan; al contrario: es un hombre eficaz y honesto, y de eso no hubo jamás sombra de duda, pues si la hubiera habido ya la hubieran exhibido en ese mastil ignominioso en el que han querido colgar a tantos.
Se pregunta uno: después de las tormentas insultantes ¿quién le restituye a personas así la dignidad que les quieren robar impunemente? ¿Cómo se arrepienten los autores del insulto? Pellón no es el único protagonista de esta situación incesante; pero es un síntoma. El síntoma Pellón.
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