Los antitoros de Guisando
Unos prados de Gargantilla evocan el acto en que Enrique IV desheredó a Isabel en favor de La Beltraneja
Ahora que la historia de España no importa y corre el albur de ser sustituida en las escuelas por la historia mucho más importante de los catalanes, de los vascos, de los murcianos, de los ceutíes, de los guanches, etcétera, quizá sea el momento de elaborar una antihistoria de España. Dicha antihistoria registraría las ocasiones en que la tan cacareada unidad nacional ha estado en un tris de irse a la eme, demostrándose así que España no es un país necesario, sino contingente, es decir, que podría haberse evitado. Uno de sus capítulos estelares festejaría la ceremonia que tuvo lugar a finales de octubre de 1470 en un paraje hoy olvidado del valle del Lozoya, y podría titularse Los antitoros de Guisando.El título lo, dice todo: dos años antes, el 19 de septiembre de 1468, Enrique IV, presionado por la nobleza rebelde, había jurado a regañadientes a su hermana Isabel, más tarde La Católica, como legítima heredera de Castilla. De sobra es conocido lo que aquel acto, celebrado cabe los toros de Guisando (Ávila), supuso para la gestación de España, y más teniendo en cuenta que al año siguiente Isabel casó con Fernando de Aragón. Como ha escrito Cela: "Sin el encuentro de los toros de Guisando, España no habría sido España".
Pero Enrique IV se guardaba un as en la manga. El soberano, que si no era impotente le faltaba el canto de un duro, tenía una hija, una niña llamada Juana a la que el vulgo puso el remoquete de La Beltraneja porque se sospechaba que el espermatozoide pertenecía al privado don Beltrán de la Cueva. Es a ella a la que, el 26 de octubre de 1470, en una ceremonia que es como una carambola a tres bandas, el rey desposa con el duque de Guyena hermano de Luis XI de Francia y probable heredero de éste- y la declara su sucesora, prefiriéndola a Isabel. Varias circunstancias adversas -incluida la muerte del duque un año después- dejarían en agua de borrajas todo lo jurado en el valle del Lozoya, pero el susto que se llevarían los españoles del futuro sólo de pensar que Isabel pudo no haber reinado, no se lo quita nadie.
Ermita en ruinas
Diego de Colmenares, en su Historia de Segovia, fija el preciso lugar donde, con gran aparato eclesiástico y militar, se celebró el triple evento: el rey y la comitiva francesa, que se habían alojado la noche del 25 en ,palacio anejo a la cartuja del Paular, se encontraron con la niña y su cortejo, que a su vez habían pernoctado en el castillo de Buitrago, "entre Lozoya y Buitrago, en el campo que los comarcanos nombran de Santiago, ribera del río". Es decir, en unos prados que ya sólo los más viejos vaqueros del lugar conocen como el tercio de Santiago, allí donde una ermita en ruinas acoge entre sus muros el cementerio de Gargantilla del Lozoya. Para rememorar sobre la marcha aquella jornada antihistórica, el excursionista se llega al apeadero de Gargantilla, cruza la playa de vías y sigue la pista de tierra que corre por la derecha de la línea férrea.En la primera encrucijada, continúa de frente y, en la siguiente bifurcación, opta por el ramal de la izquierda, el cual le conduce en un par de kilómetros hasta la ermita-camposanto, donde a punto estuvo de quedar sepultado el proyecto de España. A continuación, abandona la pista para tirar hacia el noreste por una callada que discurre entre cercas de piedra y que va a dar a orillas del Lozoya, remangado aquí por efecto de la presa de Riosequillo. Lo que resta es camino obligado: remontar el arroyo del Chorro, cruzarlo a la altura de Pinilla por un puente de hormigón y enfilar hacia Buitrago.
Camino de Buitrago, por es pesos carrascales, al excursionista se le ocurre que todos los años, el 26 de octubre, dos semanas después del fatídico día 12, podría organizarse en el tercio de Santiago una antifiesta de la hispanidad, con aurreskus, sardanas, traineras en el embalse de Riosequillo y todas esas cosas que hacen la felicidad de los pueblos que han sido atropellados por la historia de España, ¿no?
Recorrido a la carta
Dónde. El apeadero de Gargantilla se halla a 79 kilómetros de Madrid y tiene acceso por la autovía del Norte (A- l), tomando el desvío hacia Rascafría que hay pasado Lozoyuela (M-604), Nada más cruzar la línea férrea Madrid-Burgos por un túnel, se ha de tirar a la derecha por la carretera de Gargantilla para, en un kilómetro, llegar a la altura del viejo apeadero, del que sólo restan los andenes y la playa de vías. Si disponemos de dos vehículos, podemos dejar previamente uno en Buitrago para ahorrarnos la vuelta.Cuándo. Se trata de un recorrido a la carta, que puede alargarse o acortarse en función del fuelle de cada cual: apeadero de Gargantilla-cementerio, 45 minutos; cementerio-Pinilla, 45 minutos; Pinilla-Buitrago, una hora y media. En total, unos doce kilómetros, siempre por camino llano, fácil hasta para los días más revueltos de otoño o invierno.
Quién. Ildefonso M. Gómez es autor de El Paular, poesía y leyenda, libro que incluye una prolija noticia sobre el tercio de Santiago, entre las páginas 290 y 296. Se puede adquirir en el mismo monasterio del Paular.
Y qué más. Hoja 19-19 (Buitrago de Lozoya) del Servicio Geográfico del Ejército, o mapa Sierra Norte de la Tienda Verde (Maudes, 23 y 38). Y para no perderse nunca, preguntar a los vaqueros.
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