Hasta el número 16
El barrio del Cerro de los Reyes, desagüe de Badajoz, llora su negro destino
Antonia López se llama la mujer. Su casa de un solo piso está en una bocacalle de Ontiveros, empinada y angosta, como pensada para un desagüe. En sus 68 años de vida, Antonia López había visto llegar el agua al número 2, al número 4, una vez hasta el número 8. Pero jamás hasta el 14, donde vive ella. Ayer de madrugada el agua alcanzó el número 16.Antonia llora: "Qué horror, Dios mío, qué horror, mi marido ya estaba dormido, era sobre la una de la madrugada y yo empecé a oír voces y vi que entraba el agua, y ahí que seguía él roncando". Las, voces eran de los vecinos de los números más bajos, los más próximos al río, que venían a refugiarse a las alturas de la calle. Hasta 15 vecinos se llegaron a meter en el pasillo de Antonia.
Allí aguantaron un rato, pero pronto se hizo evidente que no había en esa santa bocacalle suficientes números para sacarlos a flote. Primero llegó al zócalo, luego al segundo azulejo, luego al tercero. Cuando el barro alcanzó el florero del aparador, se tuvieron que marchar todos a otro barrio más alto, donde los colocaron como pudieron. La mujer se echa la mano al lomo. Ella y su marido han pasado toda la noche sentados en una silla. El cuerpo ya no está para eso.
Antonia López llora. Una vecina pasa junto a su puerta, con el barro hasta las corvas y un par de zapatos en la mano, y le dice: "No llores, Antonia, que todavía estás sobre dos pies". Tiene razón: 21 personas han muerto. Como los dos abuelos del número 93 de la avenida Juan Sebastián Elcano. La tromba los sorprendió en su casa. Ahora acaban de sacar sus cadáveres por la puerta. En la placa de la fachada, el municipio explica: "Juan Sebastián Elcano, navegante del siglo XVI,'.
Al barrio del Cerro de los Reyes siempre le toca lo peor. Parece hecho aposta para ello: el río se le viene encima, y las riadas se le caen por las laderas, desde la Ronda del Pilar, desde los barrios altos donde ayer no se veía ni una lágrima de lodo. El Cerro de los Reyes es propiamente el desagüe de Badajoz: toma todo el agua y pone todos los muertos.
El Cerro de los Reyes era ayer el desván de los miserables. La gente había pasado toda la noche sacando de sus casas las butacas de skay, las cómodas de formica, las lavadoras de óxido de hierro. Los muebles, o lo que queda de ellos, forman ahora montones en el lodazal, junto a los coches montados unos encima de otros, junto a los cascotes del paso de peatones que se vino abajo, junto a las caras de fatiga y de no saber qué decir.
El presidente de la Junta de Extremadura, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, anduvo ayer por la zona infundiendo ánimo. Pero en privado, era él quien lo necesitaba. "Estoy muy deprimido", confesaba el presidente en voz baja. "Tantos años intentando mejorar la imagen de Badajoz, y ahora llega una tromba y la gente muere, y damos otra vez el espectáculo del subdesarrollo. Estoy hundido, no he dormido nada". Las condolencias le han vuelto a llegar a Ibarra de su partido. Pero esta vez han sido de Joaquín Almunia, y no de Felipe.
María, una psicóloga de la Consejería de Bienestar Social, se desgañita pidiendo a los vecinos que abandonen sus casas. Les dice que se vayan, que corren un grave peligro si se levanta un temporal de viento, que pueden acabar sepultados bajo sus propios techos. Pero la gente llora y dice que no se va. A la gente se le ha muerto un abuelo, o una sobrina, o lo ha perdido todo. Una señora se lamenta: "Yo tenía aquí 100.000 pesetas y se las ha llevado el agua. Bueno, me ha dejado 2.000". Ahora, también la psicóloga llora.
Antonia López, la del número 14, sigue con su letanía: "Ay los colchones, ay las sábanas, ay los muebles, ay qué ruina. Ni un calzoncillo me ha quedado para éste". Éste es su marido, Rafael Guerrero, de 68 años. Fontanero jubilado, para más inri. Enfermo del pulmón y de la vejiga. Arruinado de todo lo que no tenía. También ha pasado toda la noche sentado en una silla. El hombre está reventado, pero le echa pachorra o algo así. "Nunca es uno tan viejo que no se pueda llevar una sorpresa", dice. "Las cosas que hay que ver".
Los vecinos no están acostumbrados a ver fotógrafos, y, cuando los vieron ayer, creían que eran agentes de seguros. "Pase usted, pase, mire qué destrozos". Y el fotógrafo: "Yo, señora, soy de la prensa". Pero los allegados a la tragedia no quieren notoriedad. "Mis muertos son mis muertos, y no salen en los periódicos", gritaba una pobre mujer, nieta de dos de las víctimas.
Por Badajoz, la gente deambulaba ennortada, aturdida. Miraban los árboles tronchados, los coches arrastrados por el canal, las calles sepultadas por ríos de fango paquistaní. Ni siquiera parecían muy sorprendidos. Resignados, algunos indignados, pero no sorprendidos.
En la parte más baja de la calle José María Ontiveros, el agua alcanzó cuatro metros, inundó el segundo piso, y algunos habitantes tuvieron que ser rescatados con lanchas. Los vecinos de esas casas seguían ayer tratando de salvar algo. Nada muy serio: la mochila de la niña, un par de calcetines. No van a sacar mucho más en claro.
Antonio García Espejo es empresario. O lo era. Su fábrica de muebles de cocina, Brimobel, estaba demasiado abajo en ese barrio ya bajo. Su principal activo eran las planchas de conglomerado que usan para montar los muebles. El agua no le sienta muy bien al conglomerado. Es la ruina.
Un matrimonio mayor espera junto a una puerta. Dice ella: "Hemos venido a ver si le podemos ayudar en algo a una sobrina que vive aquí, pero no está. Cuando venga habrá que darle una buena limpieza a la casa". Y dice él: "¿Limpiar la casa? Lo que va a haber es que sacar todo para afuera y dárselo al trapero".
Cae la noche. Badajoz volverá a salir mañana en los periódicos.
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