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Disculpas

Enrique Gil Calvo

La sentencia del caso Filesa cierra un periodo que ha destruido gran parte de la confianza popular depositada en el partido socialista. Y la forma en que sus líderes reaccionan, negándose a aceptar sus consecuencias, hace temer que esa confianza aún tardará mucho en poder recuperarse. Todavía podía disculparse que, mientras el caso siguiera sub judice, los responsables del PSOE se resistieran a reconocer su vinculación con los hechos juzgados. Pero lo que ya no tiene disculpa posible es que se empecinen en seguir eludiendo su responsabilidad cuando ya existe sentencia firme. Semejante táctica no sólo demuestra poca valentía sino que además parece políticamente suicida.Cuando estalló el escándalo, hace ya seis años, los socialistas empezaron por rechazarlo todo, sosteniendo que se trataba de un invento de la prensa. Después, cuando las revelaciones continuaron, escurrieron el bulto amparándose en la doctrina de la presunción de inocencia, inaplicable a la responsabilidad política. Por último, cuando el informe de los peritos de Hacienda despejó cualquier duda, se ampararon en el garantismo jurídico, aplazando su reconocimiento de los hechos hasta tanto no hubiese finalizado el procedimiento judicial. Estaban en su derecho, y los ciudadanos, aunque nos creíamos merecedores de alguna explicación, respetamos esa línea de defensa.

Pero esa táctica de escurrir el bulto negando la evidencia ya no tiene sentido. Una vez pronunciado el veredicto del Supremo, ha llegado la hora de dar por fin la cara, ofreciendo a la ciudadanía las explicaciones evitadas hasta ahora con argucias dilatorias. Afortunadamente, el nuevo secretario general lo comprendió así, leyendo a las pocas horas de conocerse la sentencia un comunicado donde pedía disculpas en nombre de toda la ejecutiva. Es un gesto que le honra, aunque tan matizado que parecía dicho con la boca pequeña. Pero enseguida han surgido otros gestos que neutralizan la valiente actitud de Almunia. Los guerristas descalifican la sentencia acusando de prevaricación a la Sala Segunda, a la espera de hacerse perdonar por quienes se van a comer un marrón que parecía de su exclusiva responsabilidad. Y los capitanes catalanes se solidarizan con su líder, que se resiste a dimitir de la ejecutiva asumiendo su responsabilidad política.

Al exhibir airadas protestas, de inocencia que rechazan el veredicto de culpabilidad, los socialistas se comportan como niños cogidos en falta que porfían en decir "yo no he sido" contra toda evidencia. Así demuestran no sólo su desprecio por nuestra inteligencia sino algo peor todavía: que se creen inmunizados por algún privilegio de casta que les otorga derecho a burlar la ley con impunidad (vicio éste que parece común a toda la clase política). Pero no hay que dejarse impresionar por una indignación tan teatral que sólo parece destinada a despistar, procurándose una coartada que les exima de cumplir con el deber que más les atemoriza: el de dar la cara ante la ciudadanía, ofreciendo alguna respuesta que nos explique su pasada conducta. Pues mientras no lo hagan así, continuará la pérdida incontenible del poco crédito político que aún les queda intacto a los socialistas.

Y no vale decir, como algunos sostienen, que quienes piden explicaciones son hipócritas interesados, pues somos legión quienes las exigimos en defensa del propio proyecto socialista que decían representar. Como el caso ya no está sub judice sino que ha sido penalmente resuelto ahora carecen de excusa para seguir eludiendo su deber de confesar aquella financiación irregular (que ni siquiera es punible según la jurisprudencia del Supremo). Quienes lideraban el partido cuando ocurrieron los hechos nos deben una explicación. Y deben hacerlo aun a costa de su desprestigio personal, pues lo único que cuenta es el futuro de su partido, entendido como institución esencial para nuestro sistema político. No sería de recibo que para salvar la dudosa honra de ciertos santones se tirase por la borda la memoria histórica y el destino común de todos aquellos que alguna vez confiaron en ellos.

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