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Guggenheim

Las ciudades necesitan tener orgullo, porque no son entidades abstractas -u orografías artificiales construidas contra el cielo en busca del skyline. Las ciudades son su gente y esas gentes necesitan, al evocar el imaginario de su ciudad, los referentes de esa memoria interiormente visualizada. Bilbao era el puente colgante y los altos hornos. Bastaban esas dos estampas para contar de qué iba la vida cotidiana y el proyecto de futuro. Mutilada de su paisaje industrial y con el imaginario urbano desorientado, de pronto llegó el iceberg de titanio del Museo Guggenheim, como un día llegarán las naves marcianas o ,como llegaron los centauros acorazados de Cortés y Pizarro ante la retina sobrecogida de los indios americanos.Tardarán nuestros ojos en asimilar ese meteorito varado junto a la ría, pero en la medida en que lo utilicemos, descubriremos que está lleno de riquezas, y no me refiero al precio de los cuadros adquiridos. Acudirán peregrinos de todo el mundo para ver el prodigio, como yo suelo viajar a Mérida más para ver el museo de Rafael Moneo que su contenido o me conmueve que, en pleno degradado barrio de mi niñez, el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona se vea rodeado de una patinadora infancia multirracial que crecerá familiarizada con Mayer y con la mirada aventurera de los artistas.

Recordaba Ignasi Riera en Onda Rambla que los castillos del rey loco de Baviera, aquel que según Cernuda escuchaba Lohengrin con los ojos entornados, bebiendo la melodía "como una tierra seca absorbe el don del agua", son hoy día fuentes de riqueza para el pueblo bávaro por los muchos viajeros ávidos de castillos locos construidos por reyes atípicamente locos. El museo de Bilbao condiciona para siempre el skyline de Bilbao, la silueta de la ciudad, espléndida mujer total coronada de titanio.

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