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Tribuna:
Tribuna
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Metáfora

Debe de ser cosa de la proximidad del milenio, pero de un tiempo a esta parte noto que alguien con quien no contaba me acompaña. Una presencia no requerida, un comensal no invitado, arroja su sombra sobre esta cabeza loca y acelera los latidos de este prudente corazón. Camino por las calles de la populosa ciudad y, de súbito, me alerta un fuerte olor que no procede de mamífero conocido, o inesperadamente aumenta de volumen una respiración; a veces, asomada de noche a mi balcón, siento, que hay alguien más cerca de mí, un ente húmedo, desestabilizador y viscoso.No es un hombre, no es un pájaro, no es un avión. Es el temible manipulador genético, reproducido en muchos y variados cuerpos -quién sabe si, también él, es el producto de una mutación, del cruce entre un biólogo y el profesor Barea-, que en numerosos puntos del planeta se esfuerza en mejorar el mundo, es decir, en hacerlo intransitable para los mundanos. Y miren que está una hecha a todo, pero el martes no pude evitar sobresaltarme al leer en este mismo periódico el titular Dudas éticas y científicas tras los avances sobre las ranas sin cabeza, así como al contemplar la terrorífica imagen del embrión de batracio descabezado que acompañaba la inquietante información.

A esto es a lo que se dedican, con la excusa de experimentar para obtener órganos humanos que puedan servir para trasplantes. Ni más ni menos que a conseguir ancas de rana para enviarlas directamente al restaurante, limpias de pelo y paja, o sea, de cabeza y cola; libres de lo que no sirve, de lo que no proporciona beneficio, de lo que no goza de demanda en el mercado. No se me ocurre mejor metáfora de los fines y caminos del neoliberalismo expresado en toda su gloria.

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