El verdadero plan de paz en Colombia
Los campesinos desplazados por la guerra proponen un acuerdo con todos los combatientes para proteger sus vidas
Pavarandó es la imagen del door que ha dejado la violencia en Colombia. En este apartado incón del Urabá, zona bananera del Caribe colombiano, en anchos de plástico, hojalata, a los y hojas de palma amontonados en un terreno de dos hectáreas, viven desde hace siete meses más de 3.500 campesinos. Hay muchas mujeres, ancianos y sobre todo niños.En los ojos grandes y negros de todos ellos se nota aún el espanto. El fuego de paramilitares, guerrilla y Ejército los hizo huir de sus tierras. Salieron de Río Sucio, provincia del Chocó, en el litoral pacífico, y caminaron tanto por selvas y potreros (terrenos para pasto del ganado), y atravesaron tantos ríos, que cuando pararon, un mes después, estaban ya en la región del Caribe. "Aún no creo lo que viví. Es como si no fuera hijo de Dios ni ciudadano colombiano. Es insoñable lo que tuvimos que sufrir" dice José, un hombre de 27 años y padre de tres hijos. Y una mujer también joven cuenta: ."Tuve que salir con lo que tenía. Mi marido se perdió en el bombardeo que hizo por allá el Ejército. Me resigné, acepté que estaba sola con mis tres hijos, de cinco y tres años y otro de siete meses:. ensillé dos bestias. En una subí la carga y en la otra me monté yo con mis tres niños. En algunos puntos el camino era tan malo que me tocaba pasar a mis hijos uno a uno".
Cuesta trabajo no llorar cuando se escucha la historia de estos refugiados. Ahora quieren regresar a sus tierras. Pero quieren hacerlo con la seguridad de que la pesadilla no se va a repetir. Por eso el domingo, ante la prensa extranjera y ante organismos internacionales de derechos humanos, se constituyeron en una comunidad de paz: no quieren, nada,ni con la guertilla, ni con los paramilitares, ni con el Ejércio; quieren que los dejen tranquilos. "Hemos decidido declararnos en comunidad de paz" dijo con voz atropellada Edgardo, un hombre de 45 años y cabellera blanca de tantas canas. Explicó que de ahora en adelante, y durante dos años, se comprometen a o brindar ayuda táctica ni estratégica a ninguno de os grupos armados. No les brindarán ni información, ni alimentos, ni municiones. Mientras Edgardo hablaba, el montón de refugiados a mayoría de raza negra, y con muchos niños descalzos batía banderas y globos blancos. Fue un acto sellado con lágrimas, música y la eucaristía presidida por el obispo de la zona.
¿Confían en que los grupos armados respeten su decisión? , preguntó El PAÍS a Edgardo. "Sí", contestó, "no sólo lo decimos así de palabra. Vamos a buscar a los grupos armados para firmar con cada uno de ellos un protocolo de paz"? Y Edgardo se siente optimista de que pronto terminarán los siete meses de vida de refugiado, comiendo sólo cuando llegaban alimentos, caminando de aquí para allá en medio de los ranchos, dejando que los días pasaran. "No puedo dormir tranquilo, siempre pienso que las gallinas, el ganado, la cosecha, está todo allá abandonado... Como si no fuera todo luchado con los huesos de uno". Y todos quieren aferrarse al optimismo. "Para mí, todos los grupos armados son iguales: su norma es matar. De pronto se les ablanda el corazón y nos dejan trabajar en paz", dice la mujer joven madre de tres niños."Nosotros vivíamos bien, pero en diciembre entraron los paramilitares a Río Sucio y nos bloquearon las salidas del pueblo. La vida se volvió un desastre. Un día entraron al monte muchos aviones, y uno muy grande que empezó a echar chorros de candela. Nos vinimos ahí mismo", cuenta una mujer no muy mayor pero con el rostro sin espacio para una arruga más.
La idea de las comunidades de paz es impulsada por la Iglesia. Hace siete meses crearon una en San José de Apartadó. Sus líderes fueron asesinados hace 15 días y todo parece indicar que fue la guerrilla. "Vamos a hablar con ellos para que respeten estas comunidades", dijo el obispo, y advirtió a los refugiados de Pavarandó sobre las dificultades y posibles muertes que les esperan.Y mientras ellos siguen alimentando la espernza de que a su regreso aún vivan las gallinas y el ganado , no muy lejos, en plena selva , hacia el sur, para otros la tragedia apenas comienza. El fin de semana, tras un "ataque de medio colectivo " los 3.000 habitantes de Murindó ,después de muertes, de amenazas de la guerrilla y paramilitares , empacaron sus cosas, y en canoas y a pie emprendieron el éxodo. "Murindó dejó de existir" , contó a los periodistas el juez que fue uno de los últimos en salir
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