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Tribuna
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Emma

Rosa Montero

Cuando estás en la travesía de los cuarenta, como yo lo estoy, no resulta fácil mantener esa mínima confianza en la existencia que se necesita para seguir tirando: como creer que el mundo no es un lugar irremediablemente miserable, por ejemplo, o que la vida compensa con hermosura su atrocidad. Con los años, y sobre todo con los últimos años que hemos sufrido, tan llenos de mentiras y traiciones, de corrupción y mafias, la realidad parece irse cubriendo de una capa de polvo y suciedad, el detritus de todo lo perdido.Por eso resulta fundamental que existan personas como ella: como Emma, Emma Bonino. La volví a ver hace poco en Madrid con motivo de un premio que le dieron: tan pequeña e intensa como un pájaro. Es una de esas personas que no anidan: atraviesa el planeta una y otra vez en vuelo rasante, alentando ideas y emociones. Es comisaria de la UE, es decir, ministra de la nueva casa, de la nueva cosa; una política de raza desde la punta de su aguda nariz hasta los piececitos, y, sin embargo, una persona capaz de poner sentido y veracidad en lo que hace. Capaz de hacerte creer que la política puede ser algo honesto, la gestión administrativa algo lleno de creatividad, la palabra pública algo susceptible de cambiar el mundo.

Tan sensata como ardiente, y de ambas cosas mucho, la comisaria traía en este viaje dos preocupaciones principales: devolver el alma a la UE ("no es posible que nos hayamos juntado sólo por razones de mercado, sólo para distribuir leche, ¿no?") y llamar la atención sobre la agónica situación de las mujeres de Afganistán. Rodeadas como estamos de políticos mendaces y mezquinos, de cantamañanas y siniestros, es un alivio comprobar que aún existen personas capaces de creer en lo que dicen.« Como la pequeña Emma, Emma Bonino.

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