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Tribuna
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Sanidad cautiva

ENRIQUE COSTAS LOMBARDÍAPara el autor, el déficit es la secuela de mantener un sistema utópico y envejecido

El cambio en las normas de financiación de la sanidad española, acordado en 1994 por el Consejo de Política Fiscal y Financiera, ha fracasado en su propósito de introducir el debido rigor presupuestario. La sanidad pública sigue sin corregir su habitual desviación del gasto, probablemente, la haya acentuado, y año tras año, con absoluta regularidad, genera considerables déficit.Este déficit crónico incurable no es más, en opinión de algunos, que el efecto de una grave insuficiencia financiera que desde hace tiempo debilita al sistema nacional de salud. Dos hechos conocidos, arguyen, los muestras: uno, el porcentaje del PIB que España destina a sanidad es inferior a la media de los porcentajes similares de las naciones de la OCDE; y otro, la demanda de servicios sanitarios excede en mucho (masificación de la asistencia, listas de espera) a la actual oferta. Además, añaden como merecimiento de más dinero, el sistema es barato y eficaz: los indicadores de salud españolas son comparables, si no mejores, a los de no pocos paises con mayor gasto sanitario.

Una serie de argumentos de buena apariencia que en realidad son falacias. Porque: a) EI gasto sanitario total de una nación depende en más del 90% del grado de riqueza del país, y es, por tanto, engañoso comparar uno sólo de los dos términos de esa relación; han de compararse ambos y juntos, el gasto sanitario y el PIB, y cuando para hacerlo así se traza una recta de regresión con los datos de 1996 de las 30 naciones de la OCDE, España, con el 7,7%, del PIB, aparece en un lugar por encima de dicha recta (OCDE Health Data 97), o sea, gasta más de lo que por su riqueza le correspondería. Una similar operación, con los porcentajes del gasto sanitario público -los fondos que financian el sistema- arrojaría un resultado equivalente.

b) La escasez -más demanda que oferta- es la situación natural de todos los sistemas de salud del mundo, así como de todos los bienes y servicios; de ningún modo es una prueba de insuficiencia financiera. Las necesida des médicas son indefinidamente expansibles y, además, en sanidad, la oferta crea inmediatamente su propia demanda, lo que resalta la imposibilidad de adecuar los limitados recursos públicos a un galopante consumo de servicios sin límites naturales y a precio cero (percibido).

c) La salud está determinada, como es sabido, por una red de factores diversos (dotación genética, educación, trabajo, transportes, vivienda, familia, comunidad, hábitos higiénicos y asistencia sanitaria), de los cuales la atención médica es sólo uno y no el más influyente, aunque en ocasiones sea indispensable y hasta vital. Los principales determinantes de la salud son los factores genéticos y socioeconómicos, y atribuir los buenos indicadores españoles al sistema constituye una falsedad peligrosa que hace creer a muchas personas que el grado de su salud está en relación directa al consumo de asistencia médica.

Lo cierto es que en la sanidad pública española no se advierten signos objetivos de insuficiencia financiera. Al revés, dentro de la irremediable limitación de los recursos, el sistema recibe un flujo de dinero generoso: el gasto efectivo alcanza todos los años sumas cuantiosas (más de 3,5 billones en 1996) y su crecimiento es constante y muy por encima del incremento nominal del PIB. Seguramente, el coste de oportunidad de la sanidad (aquello que la mayor asignación de recursos a este sector obliga a desatender en otros servicios públicos) sea ya desmedido.

. El déficit contumaz tiene otras causas. Nace de la configuración de la sanidad pública como causa romántica (dar todo a todos sin querer ver que es imposible) y del desgaste estructural y funcional del sistema, empeorado por la falta de conciencia de coste y de control del gasto (en particular, el farmacéutico, cuya contención parece evitarse: no se aplican medidas de freno sustantivas, y otras, como los "genéricos" y "precios de referencia", se establecen de mala gana, limándolos la fuerza para competir y ahorrar; realmente, el desorbitado gasto farmacéutico es, desde hace seis o siete años, un abuso consentido).

El déficit es la secuela de mantener un sistema utópico y envejecido asentado en el aire. Más exactamente, es el coste del miedo de los políticos a tomar las decisiones impopulares que exige la modernización de la sanidad pública española.

La necesidad estridente de una reforma entera y cabal del sistema a desarrollar en un proceso de transición sanitaria (como se hizo en Alemania, Canadá, Holanda, Francia, Nueva Zelanda, Reino Unido, Suecia, etcétera) viene siendo acallada de mil modos, sea con ponencias que hacen agua en disputas partidistas, sea, en el mejor de los casos, con ensayos de nuevas formas de gestión, que sin duda resultan meritorios, pero de escaso alcance renovador.

Los criterios fundamentales para regenerar el sistema ni siquiera se mencionan. No hay que incomodar a los votantes, y todos los partidos políticos porfían en declaraciones de amor a esta sanidad pública y en garantizar su permanencia sin efectuar cambios. Conservar el sistema actual estancado, descomponiéndose, fuera de la realidad y del sentido común, se ha convertido pasmosamente en el programa sanitario de todos los partidos políticos.

Naturalmente, en esta complaciente sanidad cautiva del miedo, el descontrol del gasto se institucionaliza. Hay, sí, afán por la eficiencia (ajustes internos que no inquietan), pero con la tranquilidad de que cualquier exceso del presupuesto será, antes o des pués, aceptado y pagado. Las nuevas fuentes de financiación (alcohol, tabaco) sólo pueden ser respiros momentáneos y, para la sociedad, quizá tan inconvenientes como el déficit.

Porque el incremento del gasto, que no siempre produce más salud (una asistencia que absorbe cada vez más fondos públicos puede coartar el desarrollo social de la salud en la medida en que drena los requeridos por otros "productores", como vivienda, trabajo, etcétera), refuerza, sin embargo, el mito de que el dinero para sanidad no tiene límites, encubre la corrosión financiera del sistema y permite a los políticos remitir al futuro (al estilo Luis XIV: après moi, le déluge) la reforma necesaria para consolidar la sanidad pública.Enrique Costas Lombardía es economista .

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