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Tribuna
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El bombero incendiario

Manuel Rivas

Ha irrumpido en la campaña el delegado del Gobierno en Galicia, Juan Miguel Diz Guedes. Antiguo consejero responsable de la policía autónoma, coordina ahora todas las fuerzas de seguridad en la comunidad gallega y su misión es procurar la paz institucional y social. Pues bien, en los actos públicos, Diz Guedes se emplea con la fogosidad de un Lerroux. Y de la central de comunicaciones de la delegación salen notas con tono de proclama, en las que se califica a la coalición progresista, que encabezan los socialistas, de frente "social-comunista" y a los del Bloque Nacionalista Galego de "independentistas y separatistas".En privado, el superdelegado Diz, que empezó su carrera como alcalde de Tui, se muestra como un hombre amable y pacífico. Uno se lo imagina feliz podando buganvillas en el pequeño paraíso del Baixo Miño. Pero en cuanto coge el mancontro, denominación autóctona del teléfono móvil, este hombre se transforma en una suerte de inspector Clousseau de la Pantera Rosa. Es como si una sirena interior activara todas sus suspicacias. En ese momento, me temo que hubiera empapelado a Gandhi por violento.

Pero los valores de Diz puedes no se limitan a esa combinación paradójica de celo ordenancista y vehemencia mitinera. Desde una cultura rica en eufemismos y difemismos ha hecho una aportación al lenguaje de la seguridad del Estado que lo coloca a la altura de los genios de la semiótica. En la localidad coruñesa de Miño, en el exterior de un local donde se celebraba una cena de homenaje a Manuel Fraga, se concentró un grupo de manifestantes. La protesta no estaba autorizada, pero todo transcurría en paz. Hubo una dura intervención policial, saldada con varios heridos. Fue entonces cuando nuestro hombre desafió las convenciones del lenguaje. Al criticársele por la desproporción de la carga, puso la cara de póquer de Edward Hoover, el célebre director del FBI. "No hubo ninguna carga sino simple desplazamiento de la masa manifestante".

Con Diz Guedes en la Delegación del Gobierno, se han producido varios "desplazamientos de masa manifestante" con consecuencias penosas. Uno de ellos, en la clínica Povisa de Vigo, contra el personal sanitario en huelga, pondría los pelos de punta a los guionistas de la serie Urgencias. Otro de esos "desplazamientos", en Pontedeume, contra trabajadores de Endesa que cortaban el tráfico, puso la villa patas arriba de tal forma que provocó la repulsa oficial de la corporación del municipio, Partido Popular incluido.

Pero la bicha del delegado del Gobierno es, sobre todo, el nacionalismo. Galleguista o no, de derechas o de izquierdas, cualquier demócrata debería felicitarse por la evolución del Bloque Nacionalista Galego en los últimos años. Hace tiempo que rompió toda relación con Herri Batasuna, ha condenado sin paliativos el terrorismo, se sumó al Pacto de Madrid, acata la Constitución y el sistema autonómico, gestiona, ayuntamientos con sensatez y representa, desde las pasadas autonómicas, a un respetable 19% de la población gallega. En cuanto a la coalición progresista, la invocación al peligro "social-comunista" parece apropiada para el vejaminista Campmany pero no para todo un delegado del Gobierno que, entre otras cosas, debe velar por la paz electoral. Sin embargo, Diz Guedes se empeña en advertir a la mitad de los gallegos que la otra mitad son lobos con disfraz de cordero.

Nunca un cristiano había puesto tanto interés en la existencia del diablo.

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