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¿Globalización o desarrollo?

Emilio Menéndez del Valle

Consideren estas frases: la línea divisoria entre las naciones ricas y pobres aumenta cada día. El orden económico internacional es manifiestamente injusto. Sitúa los intereses de los países industrializados por encima de los que no lo son. Ello. daña no sólo a éstos, sino también a aquéllos, porque la prosperidad de un reducido número de Estados no puede durar si está construida en base a la pobreza de la mayoría. Hemos leído y escrito prácticamente lo mismo en las últimas décadas. La reflexión en tomo a ello crece con ocasión de las anuales reuniones del Banco Mundial o de los organismos internacionales dedicados al comercio y al desarrollo.Hace 15 días se ha celebrado la asamblea del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional y acaban de ver la luz dos importantes informes sobre estos temas. Los correspondientes a 1997 -elaborados por el citado banco y por la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD)- son notable testimonio de la galopante desigualdad que impera en la Tierra. Creciendo ésta, cómo lo hace, en unos 80 millones de personas al año, dentro de 30 habrá 5.000 millones que vivirán en la pobreza, en vez de los 3.000 millones de hoy. La mayoría de los Estados del África subsahariana se hallan en peores condiciones que las que tenían cuando se independizaron (Banco Mundial). Un considerable número de países menos desarrollados han quedado retrasados en la última década: "Sus economías han declinado, sus condiciones sociales han empeorado significativamente y han resultado crecientemente marginados de las principales corrientes de la economía mundial" (UNCTAD).

Coincide todo ello con una realidad de moda, la globalización de los mercados, y con un hito, la autocrítica del Banco Mundial. Por ahora, la supuesta universalización de la economía es, en gran parte, una occidentalización de la misma; es más, una americanización. Si no se compensa de alguna otra manera, la eliminación de barreras comerciales entre países desigualmente industrializados conduce a la desigualdad. La sabiduría convencional globalizadora se empeña en vender a la opinión pública las ventajas de sus tesis, obviando los graves inconvenientes. Es verdad que las transformaciones económicas globales que tienen lugar en nuestros días son altamente complejas y que no se deben tomar a la ligera. No lo es menos, sin embargo -como se encargan de recordar sectores críticos norteamericanos-, que las muy diversas formas de organización socioeconómica del planeta están siendo violentamente anexionadas por una monocultura económica, dominada por actores occidentales enormemente poderosos, cuya motivación consiste simplemente en optimizar los retornos y las inversiones.

Se ha dado, empero, estos días un hito digno de tener en cuenta. El Banco Mundial -parcial responsable en el pasado, a causa de medidas por él impuestas, de los dramáticos resultados que sus informes ponen de manifiesto- parece haber asumido una nueva filosofía, la de su nuevo presidente, James Wolfensohn, quien hace dos semanas proclamó: "Si no actuamos ya, en los próximos años las desigualdades serán gigantescas y se convertirán en una bomba de relojería que estallará en la cara de nuestros hijos".

Que las próximas generaciones en Occidente pueden llegar a encontrarse con una explosión tal no es descabellado. Basta pensar en que cada año nacen 80 millones de niños en los -escasamente globalizados- países en vías de subdesarrollo y que hoy 82 Estados son incapaces de producir o comprar los alimentos que sus poblaciones necesitan. ¿Qué sentido tiene un planeta así? Hablando de la globalización, un insensato ha escrito en un diario influyente que "así funciona el capitalismo". Las gentes sensatas tendrán que unirse para potenciar la escuela del interés mutuo, que tienda a reducir el abismo. La disyuntiva globalización o desarrollo debe dar paso a un genuino desarrollo humanamente globalizado.

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