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FERIA DE OTOÑO

"¡Ya era hora, Victorino!"

Un corridón de toros envió Victorino Martín. Sí señor: así se presentan los toros en Madrid. "¡Ya era hora, Victorino!", le gritó un espectador del tendido 7 cuando ya había saltado la mitad de la corrida a la arena y estaba claro que venía con un trapío irreprochable, variada y preciosa, seria y encastada.Cada toro mejoraba al anterior, las sucesivas lidias poseían un interés de primer orden, cualquier lance se revalorizaba con la emoción que dimana del toro bravo, las encastadas embestidas ponían a los toreros en su sitio.

Y el sitio que merecían ocupar los toreros allí se vió, frente al toro. Manuel Caballero derrochó torería y tomó el mando. Manolo Sánchez y El Tato emplearon las argucias propias de los pegapases y quedaron relegados al pelotón de los torpes.

Victorino / Caballero, Sánchez, Tato

Toros de Victorino Martín, con trapío, preciosa estampa y encastada nobleza. Al 4º se le dio la vuelta al ruedo. Manuel Caballero: estocada desprendida (oreja); estocada trasera (oreja); salió por la puerta grande. Manolo Sánchez: espadazo infamante en los bajos (pitos); estocada corta caída y rueda de peones (pitos). El Tato: pinchazo, estocada trasera, rueda de peones, tres descabellos -aviso- y dos descabellos (silencio); media trasera, rueda de peones y dos descabellos (aplausos y saludos). Plaza de Las Ventas, 3 de octubre. 4 a corrida de feria. Cerca del lleno.

Torería se ha dicho...

La faena de Manuel Caballero al maravilloso victorino que abrió plaza fue de altos vuelos. Perfectamente construida, embarcó ceñido y templado los redondos y los naturales, aguantó impávido un súbita embestida incierta y la resolvió vaciándola con mando y templanza... Y ligó los pases.

Este mismo torero, que el día anterior en la feria y tantas otras veces repetía las merdiocridades propias del toreo moderno, ahora se sentía torero en lo profundo. Y embarcaba reunido, y cargaba la suerte, y ejercía un dominio total sobre el gran toro. La reacción del público fue entonces la que se produce siempre que un toro y un torero recrean el auténtico arte de torear. Y la plaza se puso boca abajo.

Entraron en turno después Manolo Sánchez y El Tato, y daba pena. La diferencia entre torear y pegar pases se hacía demasiado evidente. Manolo Sánchez no pudo con el victorino de casta brava que hizo segundo. Al pastueño tercero, que invitaba a bordarle el toreo, El Tato se puso a pegarle pases medio tumbado, sin reunir ni ligar.

No tenían perdón de Dios, vamos al decir. Hacer ascos a semejante bombonería, desperdiciar ese lujo de toros tratándolos como si pertenecieran a la raza borrega que llaman "el toro artista", debería estar castigado con arresto domiciliario. Los toreros antiguos se autoarrestaban por menos. A un torero de aquellos se le iba sin torear un toro de bandera y no volvía a salir de casa en un mes.

El toro de bandera irrumpió en quinto lugar y a Manolo Sánchez se le marchó de rositas. El quinto victorino, de luminosa capa cárdena y espectacular lámina, desarrolló una encastada nobleza que estaba pidiendo a gritos la presencia de un torero; un torero con técnica y con arte, con pundonor y afición. Y no compareció.

Manolo Sánchez no era ese torero. Manolo Sánchez pretendió torear al victorino desde un lado, adelante el pico, embarcando hacia afuera mientras rectificaba terrenos por si acaso. Y naturalmente no lo toreó, porque eso no es torear.

Torear tampoco es porfiar derechazos y naturales cerca de los pitones como hizo El Tato con el sexto. Ese toro, el único tardo de la corrida, presentaba las dificultades derivadas de esta condición, y no era técnica adecuada para resolverlas empeñarse en que tomara a toda costa el natural y el derechazo. La monótona, machacona, tenaz porfía ahogando la embestida, produjo el efecto contrario. Y el toro acabó reservón.

Torear es, entre otras cosas, mandar en el toro. Manuel Caballero ya estaba mandando en el cuarto cuando lo fijó a la verónica ganándole terreno y cuando lo sometió con unos soberanos pases con la izquierda al iniciar la faena de muleta. Y, sin embargo, a partir de ahí, el toreo de Caballero perdió autenticidad y hondula. En los derechazos que dio se aliviaba con el pico y perdía pasos; no se acopló en los naturales... Claro que, a aquellas alturas de la corrida, ya daba igual; el público estaba lanzado y lo aclamaba todo. La plaza se hizo triunfalista, el presidente con ella, y no contentos con haber concedidio otra oreja añadieron el premio extraordinario de una vuelta al ruedo para el toro, que tampoco merecía tanto.

Un toro merece la vuelta al ruedo si ha demostrado su bravura excepcional en la prueba de varas. Y ése no fue el caso. De cualquier forma la corrida parecía llegada de la noche de los tiempos. Toros de similar arboladura los pintó Goya; los seis parecían escapados de las láminas de La Lidia. Años llevaba Victorino sin presentar una corrida así en Madrid. ¡Ya era hora ganadero! Y que dure.

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