Operación Sombrero de Copa
EE UU completa a marchas forzadas su Embajada en Moscú, que el KGB quiso convertir en un gran micrófono
Si Fred Astaire levantara la cabeza, se haría cruces de cómo se ha bautizado la construcción de la nueva Embajada de Estados Unidos en Moscú: Operación Sombrero de Copa. Pero si cogiera ese sombrero y metiera la mano dentro, lo más probable es que, en lugar de un conejo o una paloma, saliese un micrófono. El edificio más espiado del mundo, destinado a ser un descomunal y privilegiado informador gratuito del KGB (Comité de Seguridad del Estado soviético) y protagonista de la crisis más grave ocurrida entre EEUU y Rusia en los balbuceos de la perestroika, se completa a marchas forzadas, rodeado de enormes sábanas blancas y de un todavía más gigantesco velo de misterio.Lo más probable es que, cuando ya casi no quedan chispas dé la guerra fría, el Departamento de Estado no tenga de qué preocuparse, pero en cualquier caso no quiere correr ningún riesgo de volver a quedar en ridículo. Así que, detrás de la supersábana, y entre estrictas medidas de seguridad, centenares de trabajadores estadounidenses y de otras nacionalidades (pero ninguno ruso), pasados por un riguroso filtro de los servicios secretos, se afanan con materiales llega dos expresamente de EE -UU para que, en 1998, se pueda inaugurar una nueva Embajada que, al me nos en sus cuatro pisos superiores, estar , á totalmente limpia.
.Sólo el agregado de prensa, Richard Hoagland, está autorizado a hablar sobre la obra, y todo lo que dice es que no sabe nada de ella, ya que incluso a él le está vedado el acceso. Pero sí se sabe al menos que los seis pisos inferiores (de un total de 10), es decir, la zona sucia, sólo se utilizará para trabajos administrativos y sin interés para los herederos del KGB.
Lo más probable es que los espías rusos no estén ya ojo y oído avizor en cualquier edificio de las inmediaciones, pero la dirección de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) seguro que no puede evitar un estremecimiento de terror ante la posibilidad de que exista otro punto de observación como el que se instaló en los años ochenta en una iglesia cercana a la Embajada y a la que los agentes del KGB bautizaron irónicamente como Nuestra Señora de la Observación Perpetua.
Éstos fueron los hechos: en 1979, con materiales y obreros soviéticos, comenzó a construirse la nueva Embajada. En 1985, con más de la mitad de la obra hecha, se descubrió el pastel: el edificio era una colmena, y en cada celda, en cada pared, en cada techo, en cada suelo, en cada departamento secreto, había un micrófono. El liderazgo soviético hizo lo que cabía esperar: lo negó todo, incluso lo más evidente.
Tendrían que pasar unos años para que, en 1991, el entonces jefe del KGB, Vadim Bakatin, con el acuerdo de Mijaíl Gorbachov y Borís Yeltsin, entregara a Estados Unidos los planos detallados de la gran red de micrófonos de la Embajada, pero en Washington, y muy especialmente en la CIA, los recibieron con cautela, con el temor a que el generoso regalo escondiera en realidad un nuevo intento de engaño.
Todavía hoy, un antiguo estudiante del instituto de los Países de Asia y África de la Universidad estatal Lomonosov de Moscú recuerda divertido cómo, en una ocasión, se reclutó en el centro un grupo de trabajo para la Embajada con el nombre de Brigada Che Guevara. Y no fue nada difícil encontrar voluntarios para luchar en tan peculiar frente de batalla contra el "enemigo imperialista".
Crisis diplomática aparte, y fue sonada, había que tomar una decisión: o reducir el edificio a escombros o aprovechar lo aprovechable. Esto último fue lo que decidió el Congreso norteamericano. Se demolieron dos pisos, se reconstruyeron los otros seis y se decidió añadir cuatro más (hasta un total de 10), estos últimos con garantía total de no estar contaminados. Allí se situarán las oficinas del embajador y los más altos funcionarios y todo cuanto de auténticamente secreto pueda haber en la embajada.
La operación está saliendo al contribuyente norteamericano. por ojo y medio de la cara, unos 60.000 millones de pesetas, casi cuatro veces más de lo que va a costar la vecina representación diplomática, pese a que ésta es bastante mayor, 20.000 metros cuadrados frente a 16.000. Pero es que, como asegura Hoagland, los dos proyectos no tienen nada que ver el uno con el otro, al menos por dos motivos: por el alto coste de tener que importar hasta los materiales de construcción y por el no menos elevado de tener que destruir o rectificar lo ya edificado.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.