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Oligopolio universitario

Emilio Lamo de Espinosa

Si algo ha caracterizado a la Universidad española ha sido su rapidísimo crecimiento, el mayor y más fuerte de cualquier país de la OCDE, según reconocía ésta a finales de la pasada década. En poco más de diez años el número de alumnos se dobló, alcanzando los 700.000 en 1983, al tiempo de publicarse la Ley de Reforma Universitaria. Pero el ritmo continuó acelerado y hoy son más de 1.500.000. Ego significa algo pocas veces inmediato: cada año la Universidad española crecía en unos 50.000 estudiantes más, el equivalente a dos universidades grandes a pleno rendimiento. Un crecimiento endiablado, cuya gestión absorbió la mayor parte de las energías de los administradores universitarios (desde ministros a decanos) y la práctica totalidad de los escasos recursos disponibles. Que a pesar de ese infernal crecimiento la Universidad española sea hoy mejor que hace 15 años, y lo sea en casi cualquier dimensión, atestigua el enorme esfuerzo realizado por todos (una vez más, desde ministros a decanos).Pues bien, el año pasado, y por vez primera, se cumplió un vaticinio repetidas veces frustrado: el decrecimiento de la demanda de acceso. La rápida caída de la natalidad española de los años setenta alcanza así a la enseñanza superior. Y aunque la tasa de escolarización para el grupo de edad 18-25 continuará creciendo, mucho tendría que hacerlo para superar el brusco descenso de la natalidad. De modo que, por fin, la Universidad entra en crecimiento cero o en todo caso en tasas bajas de crecimiento.

Ello es una magnífica oportunidad, pues permite, por fin, atender la calidad más que la cantidad. Y problemas no faltan. El Consejo de Uníversidades ha elaborado un extenso plan de medidas que contempla reformas en el acceso, en los planes de estudio y el tercer ciclo, en el régimen del profesorado, o incluso su propia autorreforma, medidas que, en lo que se me alcanza, son más que razonables y que el ministerio mantiene incomprensiblemente congeladas. Quizá las más importantes a largo plazo afectan al doctorado y la formación de profesores e investigadores, sin duda la principal asignatura pendiente de la Universidad española en el orden a la mejora de su calidad. Pero hoy, y ante la apertura del nuevo curso, desearía mencionar una, a mi entender, importantísima y muy olvidada: el distrito único.

El artículo 25 de la LRU señala que "el estudio en la universidad de su elección es un derecho de todos los españoles". Para añadir después "en los términos establecidos en el ordenamiento jurídico". Muchos entendemos que esa coletilla alude a las condiciones de acceso. Otros -y ha sido la interpretación dominante- que alude también a la universidad a la que se tiene derecho a acceder. Y así, y aunque el diseño del sistema universitario que subyace en la LRU requiere universidades que compiten entre sí (por los mejores estudiantes, los mejores profesores o los recursos), el distrito único ha sido sustituido por un mercado cautivo y cada estudiante se ve obligado a cursar enseñanzas en su distrito. Como mucho, puede acceder a las universidades de su comunidad, pero tiene bloqueado (salvo en un pequeno porcentaje) el acceso a otras distintas. En lugar de un mercado abierto tenemos un oligopolio de oferta, de modo que una de las consecuencias sin duda no deseadas ha sido la progresiva regionalización del sistema de enseñanza superior.

¿De qué sirve evaluar, las universidades si al final cada estudiante se ve obligado a acceder a la universidad de su distrito? La encuesta a universitarios que publicó este periódico hace meses mostraba que los estudiantes lo tienen muy claro: las mejores universidades son las de Madrid.... pero no pueden accedera ellas. La LRU es, a mi entender, igualmente clara: todo estudiante tiene derecho a acceder a la universidad de su elección, esté donde esté. Puede que ello fuera imposible de gestionar en periodos de fuerte crecimiento. Pero acabando éste debe restablecerse el principio de libre mercado que es, a la postre, el mejor indicador de calidad. La ministra (le Educación tiene aquí una oportunidad útil de poner en acción su apasionado liberalismo.

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