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LA MAESTRANZA

Un bajonazo, una oreja

Antonio Lorca

Emilio Muñoz cobró un bajonazo de época y le concedieron una oreja. El suceso ocurrió en Sevilla, en la plaza de la Real Maestranza, que fue cuna del toreo, y que la decadente modernidad, un presidente sin criterio y un público frívolo están convirtiendo en un catre de ruidosos muelles oxidados. Un bajonazo, una oreja. Hay que frotarse los ojos para creer lo que se ve, o concluir que esta fiesta ya no es ni el forro de lo que fue. Es difícil saber si el toreo ha estado peor en algún momento de su historia.Lo curioso, sin embargo, es que Muñoz toreó como los propios ángeles; pero mató como un pinchauvas, y la suerte de matar es la suprema. Pero el torero de Triana se destapó con un toreo de muleta sencillamente excelso con la mano derecha, y consiguió una tanda majestuosa y solemne. Siguió después por naturales cortos, con el gusto y la estética de un maestro. Terminó su labor con dos naturales de frente con más entrega que ligazón, y se dispuso a matar. Al primer toro de Curro Romero lo había toreado maravillosamente en una verónica y media que constituyeron un monumento a la profundidad.

Núñez / Romero, Muñoz, Jesulín

Toros de Joaquín Núñez del Cuvillo, bien presentados, mansurrones; el 6º, bravo. Curro Romero: goyetazo; dos pinchazos. Emilio Muñoz: bajonazo (oreja); pinchazo y bajonazo. Jesulin de Ubrique: estocada (ovación); estocada (oreja).Plaza de la Real Maestranza, 27 de septiembre. 1ª corrida de la Feria de San Miguel. Tres cuartos de entrada.

Pero Muñoz cobró un bajonazo y algunos espectadores pidieron la oreja. Nunca parecieron mayoría, pero el presidente no lo entendió así y sacó su pañuelo para conceder un trofeo muy devaluado que desluce una lección torera y agrede al prestigio de la plaza.

Como si no hubiera quedado contento, Muñoz decidió repetir y cobró dos bajonazos más en el quinto: el primero, sin soltar, y el segundo, en toda regla. El toro careció de fijeza y embistió descompuesto, aunque la insistencia de Muñoz consiguió muletazos aceptables. No hubo, sin embargo, oreja. Menos mal.

Volvió Curro, quiso y no pudo. No se le puede negar su decisión, pero los toros no le gustaron. A los dos los castigó sin miramientos, les quitó las moscas y los mandó al otro mundo de forma personal: al primero, con un goyetazo, y el animal rodó sin puntilla. No lo degolló de auténtico milagro; y en el segundo, creó una nueva suerte: descabelló al toro al entrar a matar con el estoque al segundo intento. Fue un pinchazo, pero el toro cayó fulminado. Al que abrió plaza lo recibió con dos verónicas aceptables. En el otro perdió el capote y los nervios no le permitieron redondear su actuación.

Jesulín se encontró con un toro bravo, el sexto de la tarde, y dio lo mejor de sí mismo con la muleta en las manos. Fue una faena seria, templada, de torero valiente y centrado. Entró a matar a ley y consiguió una buena estocada. Esta vez, la Maestranza se llenó de pañuelos y el presidente no tuvo nada que dirimir: la oreja fue de auténtico peso. Lo dicho: como siga fijándose, el usía llegará a aprender. En el tercero, un toro soso, Jesulín lo intentó, pero no encontró el camino de la emoción. Al final, lo consiguió sobradamente y aumentó su crédito.

En Córdoba, la lluvia obligó a suspender la novillada por el cincuentenario de la muerte de Manolete. Y la misma suerte corrió la corrida de Pozoblanco.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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