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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El mejor alcalde

TRAS CASI 15 años al frente de la ciudad, Pasqual Maragall deja hoy la alcaldía de Barcelona. Hay un amplio consenso entre los barceloneses en considerarle un buen alcalde: pocas ciudades en Europa pueden acreditar un cambio modernizadortan profundo en estos años. Sólo por ello, Maragall merecería un lugar de honor en la historia de la ciudad. Uno de sus méritos es haber conseguido que los ciudadanos de Barcelona otorguen a la política municipal tanta importancia como a la política española o catalana: algo que es habitual en otras grandes ciudades europeas o americanas, pero no en las españolas. La comparación con Madrid es casi ofensiva: en la capital de España la política municipal carece de cualquier personalidad y hace años que dejó de interesar, excepto como espantosa pesadilla, a los vecinos. Es tradicional que políticos con legítima ambición utilicen su paso por la alcaldía de su ciudad como trampolín para saltar a la política nacional. No es el caso de Maragall, cuya vocación municipalista fue temprana y muy marcada, y al que ha sido su gestión municipal lo que ha acabado por darle una dimensión política que le habilita para nuevos compromisos. Compromisos que a veces pone en cuarentena él mismo con sus dudas.

En su larga estancia en la alcaldía ha mantenido una actitud institucional, evitando entrar en guerras partidistas. Este hecho ha provocado fricciones durante su mandato, como cuando puso fecha a su renuncia en pleno congreso de los socialistas de Barcelona. Partidario de buscar plataformas más amplias que los partidos y de aplicar el principio de subsidiariedad -que lo que pueda resolver el distrito no lo resuelva la alcaldía, y lo que ésta sea capaz de abordar no pase a la comunidad autónoma, etcétera-, Maragall ha defendido un catalanismo integrador que se ha visto con sospecha tanto por el centralismo como por el nacionalismo conservador.

Su mérito principal ha sido devolver a los barceloneses el orgullo de pertenecer a la ciudad. La profunda remodelación urbanística, que empezó con una modesta microcirugía en los barrios más heridos por la especulación, ha culminado en las grandes obras olímpicas -las rondas y la apertura al mar-, que han transformado la forma de vivir la ciudad por los barceloneses y de verla por los visitantes. Por ello, en el momento de su marcha, es justo reconocer que nunca Barcelona tuvo mejor alcalde.

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