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LA MAESTRANZA

La exigencia, por los suelos

Antonio Lorca

La plaza de la Maestranza ha cambiado tanto que ya no la conoce ni el que la fundó. Han huido los aficionados, y su lugar lo ocupan turistas de distintas razas e idiomas. Junto a los extranjeros, toreros en paro sevillanos, jóvenes y maduros, que en esta tierra forman una legión.Salen los toros, que no tienen de bravos más que el título que colocan en los carteles; y, seguidamente, los toreros, un trío con poca ilusión que ni se acuerda ya de cuando se vistió de luces la última vez. Entre unos y otros, a la Maestranza se le cambia la cara, y la categoría queda por los suelos, al mismo nivel que la exigencia.

Es lógico que los turistas lo hagan todo al revés. Con su mejor intención aplauden todo lo que es digno de bronca vociferante, como el novillo manso que huye despavorido, la inexplicable inhibición de un torero que dice buscar el triunfo o el sartenazo infame.

Núñez / Marín, Borrero, Chipiona

Novillos de Herederos de Carlos Núñez, justos de presentación, muy mansos y descastados.Agustín Marín: silencio y ovación. José Borrero: ovación y silencio. José Antonio Chipiona: aviso y ovación; ovación. Plaza de la Maestranza, 14 de septiembre. Menos de media entrada.

Pero los novilleros se contagian del ambiente y pretenden sacar partido de las circunstancias. José Antonio Chipiona, por ejemplo, dio un bajonazo de escándalo y se desplantó ante el novillo como si hubiera protagonizado un volapié de época. Borrero pidió el cambio al segundo par de banderillas, y el alguacilillo se destocó y trasladó la petición al presidente como si estuviera en una plaza de pueblo. Y ninguno toreó, que es lo peor. Los novillos de los herederos de Carlos Núñez eran novillos-basura: mansos, sosos y muy descastados, constituyeron un monumento a la decadencia brava.

A Agustín Marín sus oponentes no le permitieron florituras, y él se limitó a cumplir el compromiso con alfileres. El primero era muy deslucido y lanzaba tornillazos al aire; el segundo se colaba con descaro por ambos pitones, y hete aquí al torero, inseguro y sin ánimo, con prisas para que pasara un cáliz tan amargo. No toreó, pero mató bien de sendas estocadas.

Tampoco tuvo suerte José Borrero. Ni decisión propia para superar el ambiente desangelado de sus dos oponentes, noblotes y sosos hasta la desesperación. Su toreo interesó muy poco porque carece de profundidad y él mismo no puso mucho de su parte.

El único que intentó estar por encima del aburrimiento general fue Chipiona. Lanceó con gusto a la verónica y destacó en un quite por chicuelinas en el último. Por lo demás, muchas ganas, aunque no consiguió dar ni una vuelta al ruedo. Pero la Voluntad es un mérito en una profesión plagada de comodones. La faena a su primero tuvo pasajes vistosos porque aprovechó la repetidora embestida del animal; en el último, muy parado, aburrió como los demás, a pesar de que cerró la faena con manoletinas después de un trasteo para el olvido.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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