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Alardes

Enrique Gil Calvo

Este verano he visitado Fuenterrabía comprobando con alivio que su clima civil ha cambiado mucho comparado con. el de otros años, pues ni siquiera se ven aquellos ominosos signos externos (pintadas, carteles, pancartas) de sostén a ETA que antes ensuciaban su bulevar. Se trata, por supuesto, del efecto Ermua: la nueva correlación de fuerzas vigente en Euskadi tras la masivas movilizaciones de protesta contra el asesinato de Miguel Ángel Blanco.Pero hoy es la Virgen de Guadalupe, patrona de Hondarribia, y ha de celebrarse su famoso desfile del Alarde, que es casi tan notorio como el de San Marcial en Irún, al caracterizarse ambos por ser las últimas fiestas populares de Euskadi donde se discrimina a las mujeres, impidiéndoles desfilar como escopeteras en el Alarde. El de Irún tuvo lugar el 30 de junio, antes del crimen de Ermua, y terminó como el rosario de la aurora por la negativa de los mandos del Alarde a acatar el auto del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco que les obligaba a integrar a las mujeres, confirmando así resoluciones análogas del Ararteko (Defensor del Pueblo) y el Parlamento vascos. Pero el Alarde de Hondarribia se celebra hoy, es decir, después del 12 de julio. Y la pregunta que me hago es ésta: ¿hasta qué punto el nuevo espíritu de Ermua habrá contribuido a calmar, si es que no a superar o resolver, el viejo conflicto de los Alardes del Bidasoa?

El contencioso se plantea entre dos derechos contradictorios. De un lado, el de la mayoría de ciudadanos (hombres y mujeres) de Irún o Fuenterrabía que reivindican la conservación intacta, con discriminación femenina incluida, de una tradición ritual sólo inventada a finales del siglo pasado. Y del otro, una minoría de ciudadanas, agrupadas en el colectivo Mujeres del Bidasoa, que reivindican su voluntad de participar en una fiesta popular sin resignarse a ser discriminadas. Jurídicamente, la cosa está clarísima: la voluntad de la mayoría no puede imponer una discriminación que atenta contra un derecho fundamental (de igual modo que la pena de muerte, la explotación de los menores o la díscriminación de los inmigrantes tampoco pueden imponerse ni aunque así lo decidiera una mayoría).

Pero políticamente las cosas están más confusas, pues los irundarras se lamentan de que fuera del Bidasoa, en Madrid, Gasteiz o Donostia, no les entienden; y se resisten a aceptar que les impongan un cambio exclusivamente formal que contradice su santa voluntad, legitimada por su uso habitual. Y lo mas curioso es que en esto coinciden con una reciente decisión del Tribunal Constitucional que da preferencia a los varones sobre las mujeres en la sucesión nobiliaria, arguinentándolo a partir de su carácter tradicional y meramente simbólico, desprovisto de todo contenido material. Esta auténtica aberración contradice cinco sentencias previas del Supremo, y sólo puede comprenderse, aunque no justificarse, como un falaz intento de apuntalar la dudosa ley sálica de acceso al trono prevista por nuestra Constitución.En cuanto al conflicto de los Alardes del Bidasoa, representa una esperpéntica alegoría de la situación política vasca, aunque aquí las alineaciones estén invertidas: los partidos de orden (PNV, PSOE y PP) apoyan el ritual discriminatorio mientras los partidos radicales (lU, EA y HB) sostienen con oportunismo la reivindicación igualitaria. Pero que las fuerzas vivas pretendan conservar una discriminación decimonónica demuestra qué difícil resulta sostener en Euskadi la primacía del imperio de la ley sobre la voluntad arbitraria, por mayoritaria que sea ésta en una comarca determinada., Y lo que a ciertas gentes les cuesta tanto admitir es algo bien sencillo: nadie tiene derecho a hacer su santa voluntad sin respetar los derechos ajenos Pues el derecho de autodeterminación, como el que se reclama para estos alardes de machismo, no es admisible cuando hay que discriminar a alguien, para poder ejercerlo. Por eso cabe esperar que, cuando los Alardes ya no discriminen a nadie, algo más que un símbolo habrá cambiado en Euskadi.

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