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Tribuna
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Una diminuta gran mujer

Juan Arias

Parecía eterna. La minúscula madre Teresa de Calcuta, que falleció ayer, en la India que tanto amó, en la ciudad infierno de Calcuta, junto a los moribundos abandonados que ella empezó recogiendo de las sucias aceras de la ciudad. Los llamaba los "pobres entre los pobres".Si ha habido un Premio Nobel de la Paz que nadie discutió jamás fue el concedido en 1979 a esa religiosa que parecía hecha de raíces de encina. La respetaban hasta los menos creyentes porque ella creyó siempre que la Iglesia es sólo creíble si se pone al lado no ya de los pobres, sino de los más pobres, de los últimos, como los que no tienen ni un techo para agonizar.

Su nombre verdadero era Agnes Gonxha Bojaxhiu. Había nacido de padres albaneses en la ciudad de SkojIe, en la actual Macedonia, el 27 de agosto de 1910. Pero al ingresar en la Orden de Loreto en 1928 tomó el nombre de Teresa debido a su devoción a Santa Teresa del Niño Jesús.

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Pocos años después se fue a la India para hacer el noviciado en Darjeeling. Apenas hechos. los votos religiosos fue enviada a Calcuta, donde cursó magisterio y enseñó durante casi 20 años en la Saint Mar's High School. Pero en 1949 se le quedó pequeña su actividad como maestra y fundó la Congregación de las Misioneras de la Caridad en Calcuta, la ciudad de la India símbolo de la miseria humana.

Empezó recogiendo de las calles a niños y adultos que morían como perros abandonados. A los muertos les daba sepultura digna y a los moribundos los recogía para que pudieran agonizar rodeados de afecto y de cuidados médicos.

Los periodistas que acompañamos a Juan Pablo II en su visita a Calcuta, en febrero de 1986, difícilmente podremos olvidar la visita a aquella humanidad doliente arropada por el afecto de madre Teresa y de sus hermanas de religión.

Recuerdo que varias de aquellas personas que habían sido recogidas casi sin vida en la calle fallecieron mientras el Papa les visitaba y bendecía. Fuera, en el patio de la residencia de ancianos, una manada de cuervos disputaba, en encendida pelea, a los niños que merodeaban hambrientos por los alrededores las cáscaras de fruta que tiraban los periodistas al suelo.

La pequeña madre de Calcuta, que de pequeño tenía sólo su cuerpo, fue una mujer enérgica convencida de su misión que iba predicando por todo el mundo. Un mensaje tan sencillo que podría parecer imposible. "Queremos llevar el amor de Dios", decía, "a los pobres más pobres. Queremos demostrarles que Dios ama al mundo, y que les ama a ellos".

Una cosa fue cierta: ella sí amó a los últimos. La gente creyó en ella. Y hoy, al morir, deja 3.000 religiosas que trabajan con abnegación ejemplar en 200 ciudades del mundo, entre ellas Madrid, en escuelas, hospitales y residencias para los más desposeídos; entre ellos los leprosos de Bengala occidental. Este leprosario fue construido con lo recogido de subastar el automóvil Lincoln Continental, un regalo que le hizo Pablo VI durante su visita a la India en 1964.

Madre Teresa tuvo un día un sueño: hacer construir, dentro de las murallas mismas del Vaticano, por donde los cardenales pasean su púrpura, una pequeña residencia para recoger a los mendigos abandonados de la Ciudad Eterna.

Algún Monseñor refunfuñó, pero ¿podía el Papa Wojtyla decir que no a aquella religiosa de ojos penetrantes que le recordaba en sus visitas, como en siglos pasados hacían las grandes místicas a la Catalina de Siena, que también los Papas mueren y que se muere mejor tras haber ayudado a morir a quienes la sociedad rechaza y abandona? No podía. Y hasta aquel sueño realizado se ha llevado a la tumba.Madre Teresa fue siempre respetada y admirada porque quien tocaba sus manos minúsculas sabía que no sólo habían estrechado las manos de los grandes de la tierra, que dicho sea de paso se las rifaban, sino también a miles de moribundos desesperados.

Alguien se atrevió a criticarla cuando en mayo de 1983 en el primer encuentro internacional de Defensa de la Vida clamó contra el aborto. Pero si alguien tenía el derecho de defender allí la vida era ella que tantas muertes había rescatado del infierno, del abandono y de la humillación.

En 1990 sus fuerzas empezaron a fallarle también a ella, que siempre parecía inmortal, y por esa razón abandonó la dirección de la Orden, pero tuvo que ponerse de nuevo al frente de ella en octubre, ante la incapacidad del colegio electoral de la misión para designar sucesora.

Un año antes, en septiembre de 1989, la madre Teresa se había sometido a una operación en la que le fue implantado un marcapasos. En agosto de 1993, cuando estaba en Nueva Delhi para recibir uno de los numerosos premios con los que fue galardonada internacional-. mente, contrajo la malaria, complicándose su enfermedad por los problemas de corazón y pulmón que ya padecía entonces. El 21 de agosto pasado fue internada en la unidad de cuidados intensivos del asilo de ancianos de Woodlands, en Calcuta, por problemas cardiacos. Allí falleció ayer.

Cada vez que madre Teresa salía de una crisis sus religiosas pensaban en el milagro. Así, el día de su último cumpleaños, el pasado 27 de agosto.

Pero su milagro mejor fue su propia vida. Y los verdaderos miraculados han sido cuántos, bajo el manto de su bondad, pudieron morir en paz consigo mismo, con alguien que le murmurara al oído que no estaba solo en su último viaje.

Como ella ayer.

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