_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Pakindia

Emilio Menéndez del Valle

Agosto de 1997 ha impuesto a indios y paquistartíes la cele bración de algo de lo que, en el fondo, no están enteramente satisfechos: el 50º aniversario de la independencia de sus respectivos Estados. La división en 1947 de la joya de la Corona británica entre Pakistán e India constituyó uno de los mayo res y más absurdos desastres de la segunda posguerra mundial. No solucionó los gigantescos problemas socioeconómicos de la zona y sólo en aquel nefasto año el odio artificial mente impulsado por líderes irresponsables provocó medio millón de muertos entre hindúes y musulmanes. A ello hay que añadir el desplazamiento masivo (en tomo a 15 millones) de musulmanes hacia lo que habría de llamarse Pakistán y de hindúes residentes en éste y que se establecieron en la nueva India. Todo lo público hubo de ser dividido, incluidos transportes, funcionarios, ejército, recursos financieros. Disuelto y reconstituido en dos sistemas separados. La ceremonia del absurdo incluyó tener que solucionar, por ejemplo, el caso del principado de Hyderabad, en el sur del subcontinente, con 10 millones de habitantes predominantemente hindúes, pero gobernados por una dinastía islámica, o el de Cachemira, en el norte, con cuatro millones de musulmanes regidos por un playboy hindú.¿Y todo ello para qué? 140 millones de paquistaníes han vivido la mitad de sus festejados años de independencia bajo regímenes militares y otros bajo influencia, o presión militar indirectas. Han conocido la democracia únicamente durante los últimos nueve años. Su situación económica y social no es muy diferente de la de los casi mil millones de indios, quienes -a pesar de constituir desde 1947 la mayor democracia del mundo- integran una lamentable realidad: 350 millones viven por debajo de la línea de la pobreza, 100 millones sobreviven en chabolas urbanas, el 48% son analfabetos, el 70% no dispone de retrete y el 30% se las apañá sin agua potable. La corrupción es rampante en ambos países, si bien Pakistán se lleva la palma y goza del triste honor de ocupar el número dos (tras Nigeria) en la lista mundial de Estados corruptos. India sale relativamente mejor librada, entre otras cosas porque su sistema democrático permite combatirla mejor. Uno de los peores males en uno y otro es el alto porcentaje del presupuesto dedicado a las fuerzas armadas, que es del 2,5% en India y del 7,5% en Pakistán. La rivalidad interconfesional que llevó en 1947 a la partición se convirtió desde entonces en hostilidad interestatal, lo que ha causado tres guerras. Dos de ellas por Cachemira, donde anteayer los cañones, tan presupuestariamente bien dotados, han vuelto a rugir y donde, desde 1989, se han cobrado 20.000 vidas.¿Qué ha sido de los ideales de Gandhi y Nehru? ¿Qué de los de Ali Jinna, el ferviente impulsor de -la secesión paquistaní? En uno de sus mejores libros de viajes (Among the believers: an Islamic journey), V. S. Naipaul relata en 1980 la emoción de un poeta paquistaní: "Cuando era niño y vivía en la India me enteré de que habíamos conseguido Pakistán. No puedo expresar lo que sentí. Para mí Pakistán era como Dios". En este agosto de 1997, Mohamed Rafin, musulmán de 28 años, sentado ante un televisor que inunda con imágenes de opulencia su miserable rincón, espeta a un corresponsal extranjero: "¿Por qué hizo Dios que naciéramos aquí? ¿Es que nuestro sino consiste en vivir siempre como vivimos?". Al menos, este cincuentenario ha visto alguna autocrítica. El presidente indio Narayanan, primer intocable que asume el cargo, ha reconocido que su país ha incumplido las aspiraciones de Nehru de erradicar pobreza, ignorancia, enfermedad y desigualdad. Pakistán tuvo en 1996 un presidente efimero. Se llamaba Malik Maraj Jalid, tenía 80 años y viajaba en autobús. Era de izquierdas y deseaba crear una nueva cultura política que resaltara la modestia, la austeridad y la preocupación por los pobres. ¿Qué tal un movimiento a ambos lados de la frontera que propicie ideales de tal naturaleza, silencie los cañones, modifique el presupuesto y promueva la cooperación política bilateral y el desarrollo económico? Podría incluso promover una confederación. Se llamaría Pakindia.

Más información
India asegura haber causado 70 muertos entre las las paquistaníes en Cachemira
Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_