Un respeto para 'el Monstruo'
¿Para qué sirven los centenarios? Merece la pena hacerse la pregunta porque este año y este mes estamos conmemorando la desaparición de Antonio Cánovas del Castillo y parece que, si no ha servido mucho para incrementar nuestro conocimiento del personaje y la época, tampoco ha valido para extraer enseñanzas para el presente cuando precisamente ésas hubieran debido ser el objeto de la celebración. Suele ser habitual desde posiciones antagónicas deslegitimar la tradición histórica del adversario, lo que en realidad no es otra cosa que un modo de mentarle a sus muertos. Esa tarea resulta, además, muy sencilla pues los patriarcas del pasado remoto suelen haber tenido opiniones que suenan hoy no ya grotescas sino también extravagantes, juzgadas con el criterio anacrónico del presente. Lo que Cánovas pensaba del sufragio universal o de las reivindicaciones del obrerismo entra en esa categoría pero algo parecido podría decirse de los juicios de Pablo Iglesias sobre materias económicas. Cánovas, que gobernó, tiene el inconveniente añadido de que se le pueden reprochar los supuestos resultados de su actividad como político. Es habitual considerar que montó un Estado ficticio en donde las elecciones eran tramposas no sólo una vez y de modo parcial sino siempre y por completo. Pero esta opinión no se sostiene porque el régimen de la Restauración, que era liberal pero no democrático, se basaba en una realidad social en que no existía el ciudadano independiente capaz de decidir con su voto. Todos, incluidos los republicanos, daban por supuesta la inexistencia de un cuerpo electoral. Las trampas existieron antes y después de la misma manera que en otras latitudes porque eran un camino por el que se pasó en todas partes antes de arribar a la democracia.La tradición intelectual de izquierdas despotrica contra Cánovas y la de derechas perpetra el anacronismo paralelo de reinventarse la Historia. En La libertad traicionada, un libro bien escrito pero muy desorientado en su planteamiento y poco conocedor de la bibliografia sobre la Restauración, José María Mar: copretende presentarla como el liberalismo pleno y completo al que la izquierda, porque era ajena a esta concepción, y los intelectuales, por insensatez, le habrían hecho la vida imposible. Esta tesis -por no llamarla ocurrencia- no merecería ser discutida de no ser porque el Presidente del Gobierno presentó el libro. En realidad la mayor parte de los intelectuales ejercieron su crítica con la esperanza de construir un futuro más liberal y democrático para España.
Desde mi punto de vista, Cánovas merece ser recordado desde un punto de vista estrictamente histórico, no sólo por esa talla personal que hizo que sus contemporáneos- le otorgaran el poco laudatorio apodo de El Monstruo, sino, sobre todo, por la intención del sistema político -que montó. En 1875 la democracia en España era imposible y la alternativa de derechas era el carlismo o la dictadura militar al estilo de Narváez. La Restauración de Cánovas se basó en cerrar el paso a lo que él llamó "los pasajeros placeres y los eternos dolores del caudillaje" y, sobre todo, en situarse "en el terreno distante del revolucionario y el de la imprudente reacción". Eso quiere decir que trató de respetar e incluir en el escenario de la legalidad común al adversario, al que vio, en definitiva, como un complementario. Y lo logró: Sagasta era el presidente en el momento en que llegó la Restauración, había sido condenado por conspirar contra Isabel II y fue varias veces presidente con su hijo. No fue una tarea individual sino generacional. Si 20 años antes se había construido un Estado, a la generación de la Restauración le correspondió hacer posible un sistema político para todos.
Es bueno que la derecha española enarbole la bandera de Cánovas y aprenda esa lección de él, que no debe ser genérica y vaga sino concreta y cotidiana. Cualquier opción política tiene la persistente tentación de convertir el poder en una finca para los afines. Hoy mismo la televisión pública, según todas las noticias, va a ser entregada -en exclusiva y con toda desfachatez- a una especie de equipo médico habitual caracterizado por su sesgo favorable a quienes mandan. Quienes lo critiquen encontrarán la respuesta de que el PSOE también lo hizo. No creo que una actitud como ésta pueda situarse en la tradición de Cánovas pero de todos modos hoy sí existe una democracia y es, por tanto, un caso de optimísmo esperar que vamos a soportar con mansedumbre este género de maltrato.
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