Bulos
En enero de 1936, un niño de barriada madrileña se puso enfermo; tratando de saber las causas, el niño dijo que había comido un caramelo que le dio una señora de la CEDA (dere chas autónomas, Gil Robles) que hacía propaganda electoral. Cundió el bulo que se llamó de "Ios caramelos envenenados": las damas de la derecha los daban a los hijos de los rojos para impedir su proliferación. No hubiera sido mala idea; yo mismo no existiría hoy, lo cual sería una ventaja para muchos y especialmente para mí: pero era, naturalmen te, falso. Un bulo. Ni siquiera propaganda: miedo. ¡Pasaban tantas cosas enteramente horribles! Más que ahora, contando ETA: pistoleros y atentados eran cotidianos. El bulo creció, y hubo persecuciones a pobres señoras que daban caramelos inocentes a los niños, para demostrar que no eran ogros y ganarse la simpatía del barrio para don José María: "¡Todo el poder para el jefe!", decía su pancarta de la Puerta del Sol donde está La Mallorquina: "¡A por los trescientos!". Aparte del error gramatical del "a por", madrileñismo que empleamos todos, trescientos eran los diputados de la mayoría del Congreso. No los tuvo. No hubo linchamientos: pero hubo apuros. El bulo es un terrorismo de la palabra. Superior a él es la campaña en la que participan medios creíbles. La paidofilia: el canadiense que fotografiaba niños en la piscina de El Lago pudo ser ahogado, golpeado por madres enfurecidas de hijos fuera de peligro: una foto no desvirga. Fue maltratado, detenido: fue al calabozo, le tomaron máquina y bienes y, al día siguiente, el juez vio que las fotos eran honestas, sin rasgos de erotismo. Aunque hubiera sido un mianiaco de las fotos tampoco hubiera pasado nada: esos mirones no tocan ni dañan, y el mundo está lleno de revistas legales especializadas para ellos. El caso revela una nueva angustia de la sociedad. El miedo,y la caza al paidófilo. Y se extiende al "sospechoso". El Campesino, terrible, y brutal (aunque rojo) de nuestra guerra civil, mandaba matar a los homosexuales de sus tropas: caían los sospechosos fueran o no. Los "nacionales" persiguieron la prostitución: agarraban a las sospechosas, las pelaban y las mandaban a un campo de concentración. De allí sacamos a la compañera de un redactor de Arriba que estaba viajando con Franco: les pareció inmodesta en el vestir.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.