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Tribuna
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Confusiones

Las cuestiones de las que se habla todos los días pueden acabar sumergidas en la más negra confusión. Lo que se oye sobre algunos asuntos genera una sensación de aburrimiento enojoso, contra el que hay que luchar si es una cuestión importante, por ejemplo, de vida o muerte: hay que afilarse la propia conciencia, de lo contrario desaparece la capacidad de indignación, o de valoración.Es el caso del terrorismo; a vueltas con motivos de unos y otros terroristas, éstos pueden generar incluso movimientos de simpatía en gentes incapaces de la menor violencia, incluso verbal. Terrorismo no es violencia, aunque sea, por naturaleza, violento. La violencia, en distintas intensidades, es patrimonio de los humanos, salvo excepcionales casos de mansedumbre, como Gandhi, o Cristo. Pero hasta Cristo echó a los mercaderes del templo a latigazos. Llamar violentos a terroristas y sus corifeos no es una falsedad, pero produce confusión, pues hay muchos, muchísimos violentos que no son terroristas. La violencia es casi un dato de humanidad, cuando precisamente los terroristas se caracterizan por su inhumanidad, su instrumentación fría de la vida ajena al servicio de su ideario fanático. Es también muy peligroso conectar terrorismo y lucha contra la opresión. Yo no sé si la minoría católica del norte de Irlanda está oprimida, pero es seguro que esa presunta opresión no es cobertura de la bomba que mata a unos ciudadanos que circulan en un autobús de Londres, o compran en una tienda. Está claro que los palestinos, muchos palestinos, están en condiciones menos humanamente aceptables a causa de ciertas políticas, antiguas y presentes, israelíes, pero esa situación tampoco cubre el coche bomba que afecta a la población israelí que va a sus cotidianos asuntos, ni la bomba colocada en un avión civil que atraviesa el Atlántico.

El padre Mariana, el jesuita español del siglo XVI, justifica a el tiranicidio, no sin escándalo de muchos; pero el tiranicidio es matar al tirano, no a los sujetos que, por ejemplo, tengan los ojos del mismo color que el tirano. Y una cosa es la guerra de guerrillas, y otra sembrar el terror mediante la matanza indiscriminada de civiles a los que ha cabido la mala fortuna de estar por allí cerca. La opresión podría justificar la violencia frente al opresor, pero nunca establecer con el presunto opresor una competencia en inhumanidad; o ejecutar a terceros ajenos para doblegar la voluntad del opresor.

No ha dejado de producir efectos nocivos en la apreciación del fenómeno terrorista en España la justificación del primer terrorismo de ETA, porque "contra Franco valía todo". Aparté de que, en sus inicios, pudo tratarse de un terrorismo más "selectivo", contra Franco no valía todo; no valía el terrorismo, instrumentación de la vida de los no responsables. En la lucha contra la opresión, la ejecución no puede desengancharse de alguna manera de una razonable responsabilidad del ejecutado.

Pero, ¿qué sucede cuando la opresión es inventada? Porque eso es lo que sucede aquí y ahora, la opresión no existe, ni sobre el pueblo vasco ni sobre nadie. Por muchas que sean las barbaridades cometidas, digamos, en los presuntos inchaurrondos; eso, de ser, es repugnante y perseguible; pero eso no es opresión política. Es un principio de elemental convivencia que nadie se tome la justicia por su mano; ha pasado, hace tiempo, la época de la venganza de sangre; no hay más responsabilidades que las personales, y exigidas en la forma debida. El terrorismo es, siempre, una aberración inhumana; aquí y ahora, es una aberración más aberrante todavía; no hay peor crimen que el que se cubre con altos designios políticos. Podría ser un buen punto de partida para cualquier clase de solución que lo sea de verdad; si no nos ponemos de acuerdo en esto, mala solución política tendrá el asunto. Los terroristas y adláteres no merecen nada: nosotros sí nos merecemos la paz, y el fin de la sangría. Un asesino es un asesino, aunque se le dé la mano. Yo se la he dado a algunos en esta vida. Pero nunca los tuve por héroes, ni por gente de buen corazón, ni por muchachos atolondrados.

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