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El PP y su obsesión mediática

Diego López Garrido

Hace algunos meses, un ministro -bastante sensato- de este Gobierno me reconocía que la derecha, seguramente a causa de sus antecedentes tan poco gloriosos, juega en España "en campo contrario". Quería decir, como habrán adivinado, que lo tiene difícil en un país de centro izquierda. Es lo que Aznar constató con pesar el 3 de marzo del año pasado: derecha estatal, 9.600.000 votos; izquierda, 12.000.000.La derecha gobierna hoy en el Estado, en casi todas las comunidades autónomas y en los principales ayuntamientos, porque, primero, el pueblo español ha hecho pagar a un PSOE agotado y sin ideas sus grandes errores, corrupciones y responsabilidades, y segundo, porque la izquierda ha permanecido dividida.

Esta coyuntura podría invertirse más pronto que tarde y al PP corresponde evitarlo. Es lógico que el Gobierno haga todo lo posible (con éxito por ahora) para mantener a IU cerca del PP en momentos clave (televisión digital) y lejos del PSOE en lo básico. Es también lógico que se quiera atraer a parte de la base electoral socialista con una política prudente en pensiones o en la reforma del mercado laboral, mientras hace regalos fiscales a los rentistas más poderosos y a las grandes empresas, y que en las privatizaciones pretenda crear una red de intereses económicos. Es entendible que busque la estabilidad parlamentaria con cesiones al nacionalismo de centro derecha catalán, vasco y canario.

Lo que no es ni lícito ni justificable es que la derecha haga todo eso saliéndose de las reglas de la democracia, del parlamentarismo y del pluralismo.

El Gobierno Aznar -precisamente porque se siente inseguro- quiere segar la hierba bajo los pies a la izquierda (social, ideológica y política) abusando de su posición de poder y de la fase de recomposición por la que el polo progresista español está atravesando. Fase no exenta de dificultades y que afecta dramáticamente a un PSOE en transición, y a una IU a la que la estrategia aislacionista y la involución política del PCE (último ejemplo, su actitud con HB) la ha colocado en la mayor crisis de su historia.

Por encima de esas dificultades objetivas, la oposición progresista no puede, ni debe, tolerar las actitudes antipluralistas del PP, que pretende hacer imposible (invisible) una alternativa, base de la democracia parlamentaria. Ése es el límite del que no se puede pasar. Pero empezó el Gobierno a traspasarlo peligrosamente con su descalificación del PSOE como oposición. Siguió en esa pendiente con las amenazas de cárcel a Antonio Asensio tras el pacto de Nochebuena y ha culminado con el apresamiento de Antena 3, con lo que ha cumplido esa amenaza. Hoy, el Gobierno -en Televisión Española, como ya hizo el PSOE, y, a través de Telefónica, en Antena 3- domina tres de los cuatro canales de la televisión generalista no codificada, que es la que crea y distribuye el mensaje político para la mayoría de la población que no lee periódicos, y que, por tanto, puede llegar a determinar el triunfo electoral en una situación de equilibrio. También ha irrumpido -ilegalmente, según la Comisión Europea- en la televisión digital.

Hay que reconocerle a la derecha española una modernización. En este siglo, ha utilizado preferentemente, el poder coactivo de la policía y el Ejército para imponerse. Ya no, afortunadamente. Ahora la derecha representada por el PP (que aún no conocemos bien) considera que su mejor "brazo armado" es la televisión. Ésta es la única prioridad estratégica conocida de un Gobierno cuya política se improvisa cada día, o se coloca al rebufo del piloto automático de la Europa económica.

En realidad, cabe apreciar una evolución ideologista en la derecha, que siempre parece necesitar algo más que el poder político para mantenerse. Necesita algo fáctico, no legitimado democráticamente, para ganar en el ambiente hostil con que la derecha vive o siente a nuestra sociedad. Antes, los poderes fácticos tenían una naturaleza predominante represiva. Hoy la tienen persuasiva. Es el terreno de lo educativo (la gestión de Aguirre es profundamente ideológica); de los valores conservadores en lo social. Pero es, sobre todo, el terreno de lo mediático y, en su interior, el mundo sofisticado, potente (aunque a veces sobrevalorado) de la televisión en un país como España en que la opinión pública es tan vulnerable a ese medio. El control político sobre la televisión, que tan escandalosamente grande es en España, es un atentado objetivo a una democracia en la que, en buena medida, la televisión ha devenido un sustituto del ágora ateniense.

En una época de desafección partidista, de descenso del alineamiento de clase, de personalización y "espectacularización" de una política que sigue estando llena de relaciones personales de confianza y de transferencia de lealtades, de identificación con los líderes ("el líder es el mensaje"); en una cultura, en suma, de mediatización de la política, de condicionamiento por los medios de la "agenda pública" de los políticos, emerge la televisión (aliada con las telecomunicaciones) como poder invisible, cuyo control gubernamental subvierte la propia división de poderes. Es el nuevo príncipe de Maquivelo, con tanta impunidad como aquél. Que el PP ha situado al dominio de lo audiovisual en el centro estratégico de su política es tan obvio después del golpe en Antena 3 de su Telefónica (separándose de su negocio natural), que hay que estar interesadamente ciego para no verlo. El PP, junto al objetivo de trabajar para que la izquierda no sea capaz de converger, se apoya en el control de los mass media y la televisión. Es un verddero duopolio estratégico: político y mediático-ideológico. Así es como enfoca el siglo XXI la nueva derecha española. Y se decía que ése sería el siglo del fin de la historia, del fin de las ideologías, del fin de las políticas diversas, del fin de la dicotomía izquierda / derecha...

Nada tan ideológico-político como la operación mediática del PP, como su obsesión televisiva, por la que este Gobierno ha vulnerado -y parece que vulnerará- leyes españolas y europeas, y lo que haga falta.

Diego López Garrido es secretario general de Nueva Izquierda.

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