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Dos sistemas, un solo país

El que al finalizar los 99 años de cesión el Reino Unido haya devuelto Hong Kong a China constituye bastante más que uno de los últimos actos de descolonización -quedan las Malvinas y Gibraltar- en la agenda del Reino Unido. La relevancia de este acontecimiento radica en lo que significa Hong Kong para China, y China para el mundo.La colonia británica surgió para facilitar el comercio entre China y el occidente, función que cumplió hasta la Revolución de Mao. En los años cincuenta, al quedar desconectada de China, a la vez que recibía gran cantidad de refugiados, sobrevivió gracias a que logró industrializarse. Desde los años setenta, Hong Kong ha ido recuperando su función de mediador entre China y el resto del mundo, cometido que, al abrirse China al capitalismo, se ha incrementado rápidamente en los ochenta. Con la pertenencia a China mejorará aún más el papel de intermediador financiero y comercial, así como promotor industrial y abastecedor de profesionales competentes.

Para el empresario de Hong Kong, vincularse a un país de semejante tamaño y población, con potencialidades tan enormes, representa una suerte que ha sabido valorar correctamente, después del susto que supuso el acuerdo de 1984, en el que se fijaba la devolución de la colonia. Según han ido pasando los años, cada vez eran menos los que en las encuentas se mostraban preocupados por el futuro. Hong Kong vuelve a la soberanía china una vez que su economía en buena parte se ha integrado con el resto del país. Más de la mitad de la inversión extranjera y el 20% de los préstamos bancarios vienen de Hong Kong. Empresarios de la antigua colonia, traídos por la baratura de los solares y de los salarios, dan trabajo a tres millones de obreros en las fábricas que han establecido en la provincia de Guangdong, la más cercana al enclave, ejerciendo un impacto muy positivo en la región. Prueba de las brillantes expectativas que se divisan en lo económico es que no se produjera la menor protesta por parte de la población china en contra de la devolución.

Los chinos son nacionalistas y pragmáticos. El nacionalismo les vincula en un mismo esfuerzo por convertir a China en un país altamente desarrollado -un orgullo que comparten los chinos de fuera y de dentro- y, obviamente, los que más tienen que ganar en esta tarea son el nuevo empresariado chino y, a su cabeza, el de Hong Kong. El pragmatismo llevará a los chinos continentales a no matar la gallina de los huevos de oro, y no cabe la menor duda de que en Hong Kong respetarán plenamente la libertad económica, máxime cuando tratan de extenderla al resto del país. El mismo pragmatismo aconsejará a la antigua colonia no ejercer una libertad política que los dirigentes chinos puedan considerar una provocación. La libertad política se administrará en Hong Kong de tal forma que no desencadene conflicto alguno. Tampoco la colonia bajo control británico fue durante largos decenios un dechado e democracia. Los únicos que lo pasarán mal son esa minoría, cuantitativamente insignificante, que pretenda utilizar el enclave como ariete de la democratización.

El valor de este experimento es poner de manifiesto que sabe muy bien desarrollar una sociedad capitalista con un régimen nada democrático. En Asia se multiplican los templos. Los españoles los vivimos en los sesenta. Conviene estar atentos al desarrollo chino porque la situación actual podría ser algo más que un simple estadio de transición; barrunto que lleva en su seno un modelo distinto del occidental que, sin embargo, podría arraigar por doquier: un capitalismo eficaz sobre el que se levanta el poder incontrolado de una oligarquía.

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