El pasado que vuelve
En dos interesantes conciertos, el público del Verano Musical entró en contacto con dos presencias españolas en el mundo de distinto calado e importancia: la música en las catedrales de la América hispana de los siglos XVI y XVII y la más accidental de algunos dieciochismos españoles en la Viena de Mozart o la adopción madrileña del italiano Bocherini.El estupendo grupo de canto coral de Buenos Aires, que dirige Néstor Andrenacci, hizo sonar con rigor histórico y palpitación actual música del portugués Gaspar Fernández (1570, aproximadamente), procedente de la catedral de Oaxaca. Junto a la de los españoles Torrejón de Velasco (1644-1728), maestro en el virreinato del Perú y Juan de Araujo (hacia 1646), que ejerció en la catedral de Sucre, y algunas obras de autor anónimo, como la preciosa Misa palatina, de la catedral de Concepción, Bolivia, o la feliz Cachúa, procedente de Trujillo.
Es la directa resonancia de cuanto en la Península se cantaba en los templos, llevado al otro lado del océano por individualidades o misiones, como la de los jesuitas. Es curioso constatar cómo desde el comienzo nuestros villancicos se tiñen con ritmos y colores del nuevo mundo. En todo caso, estos pentagramas son imprescindibles para entender largos trechos históricos de la cultura española e iberoamericana. En el espíritu, más que marco, del monasterio del Parral, y ante una gran audiencia, los viejos sones demostraron el valor sustantivo de su perdurabilidad en versiones doblemente perfectas: por su primor y por su naturalidad.
Veracidad
En el Alcázar conocimos el Ensamble Helios 18, de Viena, que dirige Marie-Louise Oschatz. Hace la música del clasicismo austriaco con veracidad instrumental y estilística, sin ceñirse sólo a los grandes genios mitificados, como Haydn, en su Sinfonía número 43, Mercurio. Así, Giuseppe Sarti, italiano de Faenza, cuya Sinfonía en do mayor parece aliar el espíritu y las formas vienesas y napolitanas; o la vienesa, hija de españoles, Mariana Martínez, amiga de Haydn, Mozart y Metastasio. De éste es el texto de la cantata La tempestad, verdaderamente hermosa en su expresiva cantabilidad. La protagonizó el sorprendente contratenor berlinés Jöng Waschinski. Desde su hacer podíamos soñar lo que debió significar el arte de Farinelli, por la calidad y el virtuosismo al servicio de la idea y la afectividad musical.El grupo instrumental -dos oboes, dos trompas, clave y quinteto de cuerda, en el que figura el contrabajista español Francisco José Montero-, toca admirablemente y matiza con sutileza, siguiendo las enseñanzas e indicaciones de Oschatz. El programa comenzó con la Sinfonía número 11, de Bocherini, voz sensible entre vienesa e italiana, que se enriquecería durante su larga estancia en España al servicio, principalmente, del infante Don Luis.
Babelia
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