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Hemingway es recuperado en Cuba al cumplirse 36 años de su suicidio

Concluye un congreso que revisa la lectura actual de su obra

Ernest Miller Hemingway no sabía que iba a ganar el Premio Nobel de literatura cuando, el 1 de septiembre de 1954, recibió en su finca cubana La Vigía a su amigo Luis Miguel Dominguín y lo envió al pueblo brujero de Guanabacóa para que un babalao le quitase la "sal de encima". El matador había perdido la suerte en los ruedos y Hemingway pensó que podrían ayudarle los remedios de la santería cubana.. Ya antes, él había hecho uso de santeros y santeras para amortiguar los efectos de sus frecuentes depresiones, que le condujeron al suicidio, según se afirma en el segundo Coloquio Internacional de La Habana sobre el escritor.

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El congreso rescató en todo su alcance la figura y la obra del escritor. La ponencia de la investigadora cubana María Caridad Valdés sostiene que en los últimos diez años de su vida Hemingway se dejó influir por los cultos afrocubanos, que ya aparecen en El viejo y el mar e Islas en el Golfo. La tesis está prendida con alfileres por testimonios del médico personal de Hemingway en Cuba, Herrera Sotolongo, así como por comentarios de su secretario, René Villareal, y su chófer, Juan.Por encima de su fundamentación y verosimilitud, el trabajo de Valdés reflejó bien lo que suele suceder cuando medio centenar de profesores, periodistas y escritores expertos en la vida y la obra de Hemingway, se reúnen durante cuatro días para hablar de su mito, aunque hayan pasado 36 años de la muerte del novelista. Puede ocurrir cualquier cosa y abordarse de forma científica los temas más enrevesados, irrelevantes o casuales.

Baste decir que tres ensayos tocaron el tema de las influencias de las religiones afrocubanas en Hemingway. El de Valdés, el de otra profesora cubana llamada Maritza Quintana. y el del profesor norteamericano del Bethany College, Larry Grimes, quién habló del misticismo español, el sincretismo religioso y la cultura afrocubana en la obra de Hemingway. Junto a estos temas peregrinos, otros más banales como la evocación de los martinis que Hemingway consumió en el Palace, sus comidas preferidas, su ansia por las fotos o el tratamiento machista que dio a los personajes femeninos en algunos de sus cuentos, florecieron en el coloquio.

No faltaron tampoco los análisis críticos de los expertos norteamericanos, ni las reinterpretaciones de su obra. "Ernest Hemingway tuvo una gran habilidad para crear frases concisas que sonasen como títulos: Por quién doblan las campanas, Adiós a las armas, Muerte al atardecer. Probablemente la mejor cosa que se puede decir de Islas en el Golfo es que también tenía un buen título", dijo Mark Ott, el profesor de la Universidad de Hawai.

Ott fue al meollo de la cuestión. El "fenómeno Hemingway" sólo se comprende si uno parte de la base de que su fama como novelista tiene tanto o más que ver con la leyenda que él creo de sí mismo -enlazada con la cultura del héroe a lo Marck Twain-, que con la calidad de su obra.

Si no, ¿cómo explicar que más de 30 años después de su muerte en Hawai alguién abra un bar llamado Sloppy Joe´s, recreando el que tenía en Cayo Hueso el amigo de Hemingway Joe Ruseell, quien viajaba a Cuba a por ron en los tiempos de la ley seca? ¿O que el año pasado una recopilación de sus trabajos periodísticos entre 1919 y 1923 para el Toronto Star fuesen un best seller en Canadá? Para Ott, más sorprendente aún es lo ocurrido con Islas en el Golfo, publicada por Mary WeIsh nueve años después de su muerte, y con la película que se hizo sobre ella en 1977.

Ott culpa a la codicia de la última esposa del escritor la publicación esta mediocre obra de Hemingway, que él nunca quiso dar a editar, pero llama la atención sobre cómo el público norteamericano devoró el libro y luego la película, gracias al talismán de su nombre.

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