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Tribuna
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Políticos, medios de comunicacion y gente

En muchos de nosotros, la historia de los últimos 50 años es experiencia personal, o sea que no es Historia, sino otra cosa. Porque la Historia es lo que se aprende en los libros o en los relatos orales, y hoy, también, en el cine y la televisión, si dan imágenes de un pasado, generalmente falseado. Para mí la guerra, de Cuba es Historia, pero no la guerra mundial y, en muchos aspectos, ni siquiera la Guerra Civil.Somos, por tanto, los que hemos reunido, implacablemente, experiencia acumulada, ricos en experiencia, y tendemos a creer que es algo que vale, y probablemente es cierto en alguna medida; pero también somos esclavos de nuestra experiencia, no nos la podemos quitar de encima; yo tengo la experiencia, al acabar la II Guerra Mundial, del descubrimiento, mediante imágenes y relatos contemporáneos, del horror nazi en los campos de concentración, y, poco después, del horror estalinista en Rusia, bien que éste no fue, para mí, un impacto súbito, sino algo de lo que se hablaba desde mucho más atrás. Y también tengo la experiencia vital de la dictadura, y de la amnistía de 1977, tan bien desaprovechada por gente de ETA, y muchas más cosas. Así que, cuando actuo o pienso en cuestiones políticas, no es que no pueda olvidar esa experiencia, sino que está siempre presente, de manera más o menos consciente, y por antigua que sea en años, en mis decisiones y criterios.

Se tiende a dar menos valor a lo, que se aprende que a lo que se vive, aunque lo aprendido esté rodeado de prestigio. y estimación; sobre todo ahora, cuando la autoridad se debilitá, en todos los órdenes, incluso la de la sabiduría contrastada .

Lo cierto es que vivimos en sociedades muy cambiantes, seguramente más de lo que lo han sido nunca, salvo movimientos revolucionarios espasmódicos; nuestras sociedades cambian más en diez años que antes en un siglo, quizá nos hemos colocado en situación de evolución casi frenética, incesante; las tecnologías nuevas nos invaden y modifican nuestra manera de vivir; y todo esto, en paz, sin convulsiones. Y quizá el exceso de experiencia nos distancia de los que no la tienen, y que son la mayoría.

Los políticos, en las democracias, son personas avisadas, pues viven de los votos de la gente, y, dotados de los instrumentos de las encuestas, están dispuestos a adivinar los caminos y a acomodarse en el río de la vida, procurando, eso sí, mantener ciertos aires de sólida coherencia. Pues bien, a pesar de todo, a pesar del camaleonisnio político imperante (camaleonismo, igual a adopción del color del medio en que se vive), a pesar de esa sensación que dan a veces de ser dirigidos más que de dirigir, en ocasiones las reacciones de la gente, espontáneas, les pillan por sorpresa.

Y no lo digo en su desdoro; nos pasa a muchos. Yo he vivido sorprendido como el que más por la reacción popular vasca en este asunto que va de la liberación de Ortega Lara a la ejecución de Blanco; he visto, con alegría, que muchos políticos se han puesto al frente de la manifestación; también los medios de información, que aunque presumen de informar, y con frecuencia justifican su presunción, con no menos habitualidad predican, y no se pueden despojar de los prejuicios, al menos de los inevitables.

Es sorprendente que en este mundo, machacado por los medios de información y los políticos, que de verdad no te dejan un momento de respiro, la reacción de las gentes pueda coger de sorpresa; lo que da un poco de esperanza en que el lavado de los cerebros no es tan eficaz como se suponía. Al margen de explicaciones absurdas y agravios históricos, llega un momento en que a la gente madura, joven, incluso muy joven, le parece sencillamente que "esto no es justo y no va más allá, pero llega hasta ahí. Es la sociedad que rechaza el servicio militar obligatorio, que quiere la paz, sin más, y que no se encuentra constreñida por viejas experiencias que producen temor y quizá escepticismo. Al final, la gente con experiencia necesita mucha agilidad para enterarse de cosas elementales, que la gente expresa con sencillez y contundencia, al margen de sinuosos discursos.

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