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Reportaje:PLAZA MENOR: HUMILLADERO

Explolios y humillaciones

La iglesia de San Andrés acompaña a su patrono en el matirio, crucificada de andamios, torturada por obras infinitas, cegadas sus puertas por infames parches de cemento, tapiadas algunas de sus nobles ventanas por carteles de la empresa constructora. Unas letras de corcho mutiladas indican que, contra todo pronóstico, ésta es la otrora famosa iglesia de San Andrés que fue capilla real y aún conserva entre sus lacerados muros dos de las más preclaras joyas arquitecticas de la ciudad, la. capilla del Obispo, que da a la plaza de la Paja, y la de San Isidro, espléndido cenotafio barroco que albergó durante un tiempo el venerable cuerpo del santo agricultor hasta que fue trasladado a la cercana iglesia del mismo nombre en la calle de Toledo.A la capilla de San Isidro se entra por el jardín frontero a la plaza del Humilladero, un rectángulo ocupado a medias por la terraza de. una cervecería y las consabidas vallas de obra. que circundan un edificio en vías de rehabilitación, que así se llama ahora al vaciado quirúrgico que respeta religiosamente la fachada y pasa de todo lo demás. El horario de misas colgado en la puerta, pese a su pátina de polvo venerable, es un invento moderno, un panel de letras móviles como los que se usaban en los años sesenta para señalar las sesiones de los cines.

Si se me permite el consejo, yo recomendaría a los que entran por primeravez en el templo que lo hagan con la vista baja para ahorrarse innecesarias decepciones y que no levanten los ojos hasta llegar, caminando hacia la izquierda, hasta la capilla de San Isidro propiamente dicha, situada bajo la cúpula que se eleva sobre el altar mayor. Si no lo hacen así, se exponen a recorrer todo un vía crucis de ofensas estéticas. La rotulación continúa ofreciendo un muestrario de aberraciones, letrasde imprenta y foto copias que acreditan otras tantas abominaciones pictóricas, una Inmaculada y un San Andrés de cromo barato y unas estampas de la vi da de san Isidro a las que el calificativo naif resultaría excesivo; son simplemente torpes.

Turbador contraste con el espectáculo que cobija la magnífica cúpula de la capilla del santo, que sustentan soberbias columnas estriadas de mármol negro con las basas y los capiteles dorados. La cúpula consta, escribe el cronista Pedro de Répide, de cuerpo de luces, cascarón y linterna, adornados con graciosos estucos, toda una festiva alegoría agrícola y huertana con ristras, guirnaldas de frutos campesinos de vivos colores, humilde barroquísima y feraz ofrenda votiva del rústico patrón de una ciudad sembrada de obras y anegada de asfaltos que ha convertido sus fiestas patronales en una hecatombe primaveral de toros de lidia, único referente de su pasado rural y agropecuario.

San Andrés, Humilladero,plaza de los Carros. Puerta de Moros, este pequeño enclave multiplica y confunde sus históricas denominaciones en el cogollo de un barrio en el que ha prevalecido la curiosa y justificada denominación de La Latina, alias de doña Beatriz Galindo, maestra y consejera perpetua de doña Isabel la Católica.

Llamábase humilladero al lugar marcado con una cruz o una imagen sagrada que solía encontrarse a la entrada de los, pueblos, villas y ciudades del cristianísimo reino de España. Mínimos altares que en muchas ocasiones, Valga ésta como ejemplo, sirvieron de base a ermitas y templos de mayor fuste.

Los restos mortales del piadoso Isidro recibieron su primera sepultura aquí, en el cementerio de la primitiva parroquia de San Andrés, de la que era feligrés ejemplar. Pero no duraría mucho su reposo; 40 años después de su enterramiento en un lugar a la intemperie y a menudo anegado por las aguas pluviales, el cuerpo, milagrosamente incorrupto, fue exhumado y el rey castellano Alfonso VIII creyó reconocer en él al providencial pastor que le había guiado por los vericuetos de sierra Morena para aplastar a los sarracenos en la crucial batalla de Las Navas de Tolosa. Sin comérselo ni bebérselo, el santísimo cadáver empezaba su póstuma y ajetreada carrera taumatúrgica, no siempre de buen grado. Cuenta la leyenda que en 1381 la esposa del rey Enrique III, conocedora de sus Poderes miríficos, le amputó un brazo y se lo llevó consigo como talismán, contra la voluntad de su legítimo poseedor, que castigó el expolio con una milagrosa parálisis que no remitió hasta que la reina reintegró el miembro desgajado a su lugar de origen.

Cuentan las crónicas que años después una dama de Isabel la Católica sufriría la misma suerte, quizás un tanto atenuada porque en esta ocasión la ladrona sólo se había llevado el dedo segundo del pie izquierdo, que arrancó limpiamente de un bocado mientras hacía ademán de besarle los pies al santo en una ceremonia cortesana. Sin más expolios conocidos, el cuerpo incorrupto, o momificado, según la fe de cada uno, descansó hasta que en 1614, el año de su beatificación, le hicieron viajar hasta Casarrubios del Monte, donde, sin pedirle permiso, le encamaron con Su Majestad Felipe III, que andaba algo moribundo. Sanó el rey con tan insalubre ceremonia y a raíz de ella urgió su canonización, que llegaría en 1622. La fastuosa capilla del templo de San Andrés, construida en 1699, sólo guardaría sus restos en reposo durante un siglo, hasta su traslado, por ahora definitivo.

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