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Crítica:XXI FESTIVAL DE JAZZ DE VITORIA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Música en cantidad y calidad

El Festival de Jazz de Vitoria sirvió en la noche del martes un auténtico festín para melómanos. Una avalancha de música en cantidad y calidad difícil de digerir de una sola vez.Ya por la tarde, el centro de la capital alavesa se llenó con el jazz más tradicional de la Algiers Brass Band, de Nueva-Orleans. Se trata de un grupo de reciente creación que ha sabido recuperar la tradición de las marchin'bands al viejo estilo. A última hora de la tarde y abriendo el apasionante capítulo Jazz del siglo XXI, James Carter se paseó por el teatro Principal dejando claro que no van muy despistados los que afirman que el futuro del jazz pasa por su saxo.

Por la noche, el polideportivo de Mendizorrotza se llenó con la explosión de visceralidad rítmica del coro de Bobby McFerrin y el toque intelectual aportado por la banda de Don Byron. Y al acabar aún quedan a medianoche las actuaciones del trío de Cyrus Chesnut y de los Jazz Passangers con Blondie, demasiado jazz para una sola jornada.

James Quartet

Teatro Principal, Vitoria: Don Byron's Bug Music. Bobby McFerrin Circlesongs. PolideportivoMendizorrotza: Algiers Brass Band. Jazz en las calles. Vitoria, 15 de julio.

El clarinetista Don Byron presentó su Bug Music, consistente no en reinterpretar a los grandes clásicos del jazz, sino en reinventarlos. El resultado es una música nueva, anclada en el pasado pero caminando con seguridad hacia el futuro. Algo que Byron consigue sin anacronismos, con total naturalidad e intercalando melodías judías, otra de sus debilidades.

Tanto Byron como el pianista Uri Caine (un nombre a retener) mostraron su virtuosismo y ,su extraordinario buen gusto, y el momento en que se quedaron solos sobre el escenario fue, sin duda, lo mejor de la velada.

Y tras Don Byron, Bobby McFerrin presentó su última locura: un coro de 11 voces (cinco mujeres, seis hombres) improvisando ritmos de los cuatro rincones del planeta sobre los que el propio McFerrin elaboraba sus habituales malabarismos vocales. Un solo tema, cambiante, ondulante y terriblemente contagioso marcó toda su actuación. McFerrin iba marcando ritmos y onomatopeyas a sus vocalistas, controlando entradas y salidas, y sobre los entramados coloristas creados en cada momento se lanzaba al vacío mostrando la amplitud de su registro vocal y sus enormes capacidades rítmicas.

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