Larga y dispar lista de espera de antiguos países comunistas
El presidente búlgaro resumía ayer en Madrid el talante de los antiguos países comunistas que esperan con las calderas a presión un nuevo cupo de entrada en la Alianza Atlántica. Petar Stoyanov decía que Bulgaria ha obtenido de la OTAN "la confirmación de que es un club abierto a todos los que cumplan las condiciones", y caracterizaba a este club como "la expresión de un concepto de civilización".Al abrir la puerta a Hungría, Polonia y la República Checa y prometer vagamente a Rumanía y Eslovenia una futura disposición favorable, la OTAN ha dado un paso sin retorno y añadido una nueva línea divisoria a las que ya separan a los antiguos satélites de Moscú. El banderazo de Madrid a los tres elegidos es la señal al menos para otros nueve aspirantes de que algún día estarán en una organización que los europeos orientales siguen percibiendo más como un club exquisito occidental que como un parachoques contra eventuales conflictos.
Los pretendientes no pueden ser más heterogéneos. En la nómina están desde los países bálticos (Estonia, Letonia y Lituania), hasta la propia Bulgaria, Ucrania, Eslovaquia o Albania. Su modo de vida abarca desde los 9.000 dólares anuales de la ex república yugoslava de Eslovenia hasta la miseria y descomposición albanesa o la cruda pobreza de Rumania. Parecida disparidad se registra en el grado de libertades públicas o en la transparencia del funcionamiento institucional. En la mayoría de los países poscomunistas, la democracia es todavía una entelequia.
Economía de mercado
La doctrina oficial de la OTAN establece que los nuevos miembros deben tener una economía de mercado, democracia parlamentaria, ausencia de conflictos con los vecinos y control civil sobre los militares. Incluso en Polonia, uno de los señalados en Madrid para completar su adhesión en 1999, hubo de ser relevado hace unos meses el jefe del Ejército por su abierta discrepancia con el último punto.Pero una cosa es la doctrina y otra una realidad cuyo componente militar es decisivo. La OTAN nunca ha admitido a más de un miembro -salvo en el caso de dos enemigos, Grecia y Turquía, en 1952- y como toda maquinaria bélica digiere penosamente las novedades. Sus jefes han hecho notar que una expansión rápida inhibiría el proceso decisorio y podría llegar a destruir la credibilidad de la organización.
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