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Japón abre el tarro de las píldoras anticonceptivas

El Parlamento nipón estudia legalizar las pastillas contra el embarazo

Japón ha dado los primeros pasos hacia la superación de un importante tabú social en el campo de la sanidad: la legalización de la píldora. En otoño, este método anticonceptivo podría recibir la aprobación parlamentaria, más de treinta años después de que empezara a utilizarse en Occidente.La sociedad japonesa ha alcanzado este año la tasa de natalidad más baja de su historia (1,4 hijos por pareja), y lo ha hecho, contando con una rudimentaria gama de métodos anticonceptivos: el clásico sistema Ogino y los preservativos. La píldora, los dispositivos intrauterinos (DIU), el diafragma o las cremas espermicidas prácticamente no existen en Japón. Su uso, en todo caso, está impregnado de una imagen negativa fruto del desconocimiento, que carga las tintas en sus efectos secundarios. Pese a que no se considera un método anticonceptivo, el aborto evita al año cerca de 400.000 nacimientos según los datos oficiales. El propio ministerio de Salud y Bienestar Social reconoce que, dado el gran número de abortos no declarados, la cifra total podría ser dos o tres veces mayor.El Ejecutivo, que hasta ahora había vetado el debate sobre la píldora anticonceptiva en el Parlamento, estudia presentar un proyecto de ley en la próxima sesión parlamentaria, después de que un comité de investigación del ministerio diera su aprobación en junio. Algunos sectores del partido gubemamental, el Liberal Demócrata, de corte conservador, se han apresurado a acallar las voces de victoria lanzadas por organizaciones no gubernamentales, grupos médicos y asociaciones feministas. Subrayan que la presentación del proyecto no implica que la lucha por los anovulatorios orales vaya a ganarse con facilidad. El comité ministerial tiene que redactar un informe definitivo en septiembre. Sólo a partir de entonces podría iniciarse el debate parlamentario.

La aprobación de la píldora enriquecería, el proceso de liberalización social y Sanitaria que vive Japón y que le permitió recientemente dejar de ser el. único país industrializado que prohibía los trasplantes de corazón e hígado. Los grupos más progresistas alimentan su optimismo pensando que esta corriente fresca permitirá en un futuro poner sobre la mesa otras asignaturas pendientes, como la reivindicación de los enfermos a tener acceso a su historial médico o a ser informados del sufrimiento de enfermedades terminales, la autorización de las operaciones de cambio de sexo o la autorización de la eutanasia.

De la tendencia japonesa a bloquear la modernización social ha sido un ejemplo el tortuoso camino que la píldora ha debido recorrer por los pasillos ministeriales, los medios de comunicación y la sociedad en general. Los supuesta mente peligrosos efectos secunda rios de este anticonceptivo (como muerte por cáncer o trombosis), bloquearon en los sesenta su aprobación oficial. Detrás de esta ex cusa se escondía un fuerte conservadurismo político, aliñado con grandes dosis de desconocimiento. Muchos políticos pensaron entonces que la píldora promovería la promiscuidad sexual y minaría la rectitud moral de la mujer. Este rechazo oficial propició que la información sobre los avances en el funcionamiento de los anovulatorios orales apenas llegase al archipiélago: hoy sólo un 14% de las mujeres japonesas conoce los pros y los contras de este método anticonceptivo. La píldora se hizo tabú en Japón y no volvió a ser debatida a gran escala hasta casi treinta años después, cuando a principios de los noventa, la presión de grupos médicos y feministas llevó al ministerio a realizar un nuevo estudio en profundidad. Se reconoció su eficacia y la ausencia de riesgos graves para la salud, pero se rechazó la propuesta argumentando que con ella caería el uso del preservativo y se dispararían los contagios de enfermedades de transmisión sexual, como el sida. Esta respuesta fue inicialmente respetada por todos los sectores de la política y la sanidad, pero hoy provoca sonrisas ambiguas dada la ironía que supone el que sea el mismo, ministerio de Salud, al que se considera responsable de los primeros casos de sida en Japón. Una gran epidemia por transfusiones sanguíneas infectadas del virus costará la vida a unos 2.000 hernofílicos japoneses. Sin embargo, en 1995 Naoto, Kan, el mismo ministro que se atrevió a destapar archivos y demostrar la responsabilidad criminal del ministerio en la distribución de sangre contaminada, retomó el debate sobre la píldora.

Su aprobación no va a ser fácil, dada la persistencia del tabú. Vista la falta de iniciativa oficial para realizar campañas de prevención de contagio de enfermedades sexuales, se prevé que el Gobierno cargue al nuevo método anticonceptivo la responsabilidad de mantener controlada la tasa de sida. Basándose en esta idea, algunos médicos han alertado ya de la posibilidad de que el ministerio permita su uso tan sólo a las mujeres que demuestren, mediante análisis clínicos, no haber contraído el virus de, inmunodeficiencia adquirida. Esta, hipótesis ha puesto en guardia a numerosos grupos activistas, preparados para un agitado debate que mantendrá alta la temperatura en el archipiélago cuando se reanude la actividad política, tras el cálido verano japonés.

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