Sobre Unamuno y el 98
La muy oportuna carta de Salomé de Unamuno (EL PAÍS de 27 de junio pasado) tocante a mi artículo sobre la próxima conmemoración del 98 requiere con todo algunas apostillas:1. El "error inicial" de Unamuno de sumarse al Movimiento Nacional del 18 de julio, fruto de su bien conocida aversión a Azaña y al Gobierno del Frente Popular, fue compensado con creces al enfrentarse con un valor en verdad "escalofriante" a Millán Astray en presencia de Franco y toda la plana mayor de quienes dirigían la sangrienta represión antirrepublicana. El posterior enclaustramiento e impuesta mudez del escritor, descritos en su semiclandestina entrevista con un corresponsal francés, revelan asimismo una entereza y autenticidad no exentas de patetismo: la asunción hasta el fin, en agónico debate consigo mismo, de su "sentimiento trágico de la vida".
2. La intención primordial de mi artículo consistía en indicar cómo las concepciones, ideas, lenguaje y valores de nuestro "esencialismo castizo" y su mitificación del paisaje y del "ser" de Castilla expuestos en En torno al casticismo y el Idearium español de Ganivet se transmitieron, con una expresión cada vez más aguerrida y partidista, por autores como Ramiro de Maeztu y García Morente hasta Onésimo Redondo, Ramiro Ledesma Ramos y José Antonio Primo de Rivera. Esta "cadena iniciática" es perfectamente demostrable con un simple cotejo de textos.
3. La ya larga extensión del artículo no me permitió incluir en él uno de mis principales reproches a Unamuno, Azorín y a otros autores del 98: su lectura empobrecedora, nacionalista y castiza de los clásicos. Como señaló en su día Carlos Peregrín Otero, la lectura del Quijote por Unamuno se sitúa en los antípodas de la que exige la gran creación cervantina: el Quijote que hoy día leemos es el que nos fue restituido, por vías y enfoques distintos, por Américo Castro y Jorge Luis Borges. Considerar una novela de la enjundia y complejidad de Guzmán de Alfarache "una sarta de sermones enfadosos y pedestres de la más ramplona filosofía", etcétera, como hace el autor de Niebla, cifra el efecto nocivo de esta perspectiva noventayochista en una apreciación real y más justa de la literatura del Siglo de Oro.
4. Alacridad no es acrimonia. Ni el punto de vista de Cernuda ni el que yo expongo en mi artículo pecan de "agrios". Independientemente del hecho de que susciten el acuerdo o el desacuerdo, tienen cuando menos el mérito de abrir un saludable debate -como prueba la digna y estimable carta de Salomé de Unamuno- y de sacudir así las aguas inmóviles del consenso "culturalmente correcto" que hoy, como ayer, elude la discusión intelectual y la sustituye con hueras conmemoraciones mediáticas.-
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