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DeLillo

Don DeLillo es autor de novelas traducidas al castellano Mao II y Los nombres. Nacido en Nueva York en 1936, de quien Paul Auster reconoce influencias, es un novelista helicoidal, de tramas que van yuxtaponiéndose hasta lograr un fresco potente y perturbador. Marías decía con acierto que una de las dificultades de la novela es el monta e paralelo. Nies bien, el neoyorquino las edifica casi exclusivamente sobre montajes paralelos. Al contrario que la mayoría de los escritores norteamericanos, no incide en el espacio, sino en el tiempo. El pasado, el presente y el futuro palpitan en la misma página, confunden sus horarios y forman una esfera en donde no penetran los calendarios.Diez años atrás han ocurrido cosas que han transformado la actualidad, y la actualidad se vuelca en el mañana. En DeLillo es posible descubrir un futuro que pervierte el pasado, y no al contrario. Si es verdad que un tipo de buena literatura está hecho con frases incisivas como balas, también lo es que DeLillo es su mayor exponente. Compone las oraciones como si disparase, con una concisión en reflexión, una insinuación en el sentido y una habilidad en la descripción, que le convierten en uno de los autores más arriesgados de nuestro tiempo. Pero el riesgo, en ocasiones, desordena la novela, vence a sus personajes y deshilacha la trama. DeLillo hila las tramas con cariño, inteligencia y astucia, atrapando al lector al principio y alojándole al final en un desasosiego vivificante.

El escritor demuestra que el análisis del fracaso y la tristeza, su buceo, es uno de los grandes respiraderos de la literatura. Posee las palabras sin necesidad de buscarles revueltas a sus significados internos. Cada vocablo es lo que es y aparenta lo que debe ser y prescinde de engañar al lector con juegos florales, como hacen algunos de nuestros más celebérrimos autores. Sus personajes están incardinados de tal manera que juegan a suplantarse. Tienen semejantes aspiraciones, amoríos, defectos y virtudes, y los persiguen desde distintos puntos de vista, convergiendo en lo importante, la voluntad con la que los encaran , que les hace soportar las pequeñas derrotas del día a día. DeLillo propone y logra historias íntimas sobre la fe, enmarcadas en un mundo de imágenes atroces, donde los estallidos de las bombas y los fracasos son monedas de curso. El conocimiento de la proximidad de la muerte, en vez de amilanarles, aun convencido de su inexorabilidad, fortalece esa fe que sobrevive a sus temores.

En Mao II, en opinión del lector su gran novela, una de las mejores que pueden encontrarse en el panorama del fin de siglo, DeLillo narra la historia de un escritor maduro con una novela fallida, reflexionando en profundidad sobre el arte de escribir. Cuenta cómo el novelista, famoso y encerrado en su estudio desde hace años, sale de allí para salvar la vida a un poeta secuestrado por los islamistas. De Nueva York a Londres, de Londres a Beirut, entre intrigas, conferencias aplazadas, una fama de la que se recela, detonaciones con explosivos Semtex. Sin nombrarla, DeLillo escribe una novela sobre la libertad y la independencia del individuo. Merece la pena reproducir uno de los diálogos.

Un emisario de los terroristas explica:

-El terror es una fuerza que se inicia con un puñado de personas reunido en una trastienda. Piensa en el presidente Mao, el orden encaja en la revolución permanente.

El protagonista replica:

-¿Sabes por qué creo en la novela? Es Como un grito democrático. Cualquiera puede escribir una gran novela. Algo tan angelical que dejaría con la boca abierta. El manantial del talento, la fuente de las ideas. Ambigüedades, contradicciones, susurros, sugerencias. Eso es lo que queréis destruir. Y cuando el novelista pierde el talento, muere de un modo democrático: ahí está, todo el mundo puede verlo, desnudo frente al mundo, con un montón de mierda, de prosa inservible.

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