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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

De siete a ocho

LA REUNIÓN del Grupo de los Ocho (G-8) en la ciudad estadounidense de Denver ha puesto de relieve la inexistencia de respuestas comunes a problemas dispares -como el paro o la cohesión económica-, pero también que a problemas comunes -como los de medio ambiente- se dan respuestas dispares. Así, de Denver ha salido un llamamiento a flexibilizar el mercado de trabajo en Europa para reducir el paro, pero ninguna medida política concreta activa, ni siquiera de coordinación para fomentar un mayor crecimiento económico, que es lo que genera empleo y que necesitan países como Francia, Alemania o España. Por su parte, EE UU se ha resistido a aceptar objetivos explícitos en materia de contaminación atmosférica para luchar contra el recalentamiento global y la deforestación.En Denver se ha producido una confrontación de modelos socioeconómicos. Estados Unidos, en un largo y envidiable ciclo expansivo de su economía, quería que el G-8 marcara el reconocimiento de la superioridad de su modelo. Pero no ha sido así, porque los valores económicos de europeos y norteamericanos no son equiparables, como han demostrado las últimas elecciones celebradas en nuestro continente, que implican la soberanía de los ciudadanos sobre los mercados.

Estados Unidos y Japón han dado la bienvenida al nacimiento del euro: ¿con qué sinceridad? Por otra piarte, los europeos -presentes en el G-8 a través de Alemania, Francia, el Reino Unido e Italia, más la Comisión Europea y la presidencia de turno, que no entran en el cómputo- deben demostrar que van a funcionar con una sola voz. Cuando sea así, cumbres como la del G-8 recobrarán su significación para coordinar la política del euro, el dólar o el yen.

Hoy por hoy, el G-8 ha perdido gran parte de su sentido. Creado hace un cuarto de siglo (sin Rusia), este tipo de reuniones nació para coordinar la actuación de los países más industrializados frente a la primera crisis del petróleo de 1973. En la actualidad, estas cumbres tienen más espectáculo que operatividad.

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Ahora se ha incorporado Rusia, con lo que el tradicional G-7 deviene en G-8. En la práctica, Rusia no ha sumado un entero, pues los demás no han permitido que en Denver el presidente Yeltsin asistiera a todos los debates sobre asuntos económicos y financieros. Era discutible que Rusia tuviera que estar en este cónclave, salvo para facilitar su encaje internacional, su propia economía y la digestión en Moscú de la próxima ampliación de la OTAN. Pero si ha de estar, debe hacerlo con plenitud.

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