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Reportaje:

Negocios policiales

En demasiados países latinoamenricanos, el ciudadano en apuros teme la llegada de una patrulla

Juan Jesús Aznárez

A juzgar por la conducta de buena parte de sus compañeros de armas, el cadete argentino Martín Fuster, 19 años, dice cosas extrañas: no ingresó en la policía bonaerense para cometer delitos, sino para evitarlos, promete actuar con mesura, respeto y responsabilidad, y confiesa vocación de servicio. Rara avis en un cuerpo ensuciado por la sistemática vulneración del décalogo de la academia. Igual ocurre en Brasil, en Venezuela, en Bolivia o en otros países latinoamericanos, donde el ciudadano en apuros teme más que aprecia el arribo de la patrulla. Eduardo Duhalde, gobernador de la provincia que agrupa a casi la mitad de los 35 millones de argentinos, efectúa una primera purga entre los 47.000 miembros del cuerpo obligado al gatillo fácil de los uniformados y la rampante corrupción de sus mafias. Un cálculo periodístico cifra entre 900 y 1.200 millones de dólares, anuales la recaudación ilegal.La presunta participación de policías en el apoyo logístico a quienes hace tres años destruyeron con un coche-bomba la mutua judío-argentina de Buenos Aires causando cerca del centenar de muertos, y la detención de un suboficial como principal sospechoso del asesinato, el pasado enero, de José Luis Cabezas, fotógrafo del semanario Noticias, son exponentes de la grave situación. La multimillonaria recaudación y su origen son citados por los periodistas Carlos Dutil y Ricardo Ragendorfer en su libro La bonaerense, nombre que recibe la policía de Buenos Aires. Subrayan esos autores que con efectivos mal equipados, mal pagados y peor instruidos, la policía convirtió algunas de las taras en parte de su sistema de sobrevivencia. "Capitalistas del juego y comerciantes irregulares trabajan desde hace décadas en sociedad forzada con las comisarías, pagando un canon para seguir existiendo".

La extorsión a delincuentes, la comercialización de la mercancía incautada, el peaje a narcotraficantes por miembros de la división encargada de combatirles, las regalías de la prostitución y el juego clandestino, la venta de cargos, destinos y expedientes, los manejos del departamento de Defraudaciones y Estafas, y las nuevas modalidades de secuestros reportan el grueso de los ingresos extras. Hasta la nueva División de Servicios Ecológicos vende sus pericias. "El peor enemigo de la policía es el camarada que viola laley", dice el decálogo. Duhalde, a quien todavía se recuerda su aseveración de "tenemos la mejor policía del mundo", pretende la depuración de La bonaerense hasta donde sea posible: 1.000 de sus miembros han sido declarados prescindibles, forman parte de la lista negra o fueron expulsados. El comisario, de 40 años, Juan José Ribelli es mencionado por medios periodísticos y políticos porteños como uno de los sinvergüenzas mas prosperos. De acuerdo con personas asignadas a la causa del cruento atentado de julio de 1994 contra la sede judía, cuenta con un patrimonio de más de 15 millones de dólares, dos tiendas de coches, una joyería, y varios chalés. Las víctimas del gatillo fácil forman parte del drama. El número de muertos a manos policiales en Argentina es mucho menor que en otros países latinoamericanos, pero de todas es alto: 123 en 1995 y 109 el pasado año.

Los autores del libro, publicado este mes, rescatan el comentario de un comisario de policía en 1984, poco después de terminada la dictadura militar (1976-83), periodo en el que el general Ramón Camps dirigió el cuerpo e implicó a sus efectivos en la represión ilegal. "La bonaerense es un nido de víboras imposible de gobernar. Los tipos que se formaron con Camps no conocen otra vida, están cebados. Y si los enfrentás, te pudren todo. No hay que olvidarse que ellos pueden llevar la escala de delincuencia a niveles insoportables. Los militares ya no tienen margen para aventuras golpistas, pero la policía le va a plantar más de un desafío a los políticos". El tiempo, en eso coinciden muchos argentinos, parece haber dado la razón al comisario, hoy jubilado. Los 1.156 cadetes de la Academia Juan Vucetich, savia nueva, prometen combatir la podredumbre. Martín Fuster sabe que "vocación de servicio es una palabra muy usada, pero acá uno se prepara para dar todo por la gente".

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